lunes, 19 de agosto de 2013

Entrevista capotiana a Fernando Sánchez Dragó

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Sánchez Dragó.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Ese lugar no existe. Existió (mis veraneos en Alicante y Soria, mi búsqueda de libros por las calles de Madrid, las primeras chicas), pero todo lo que existió en mi infancia y en mi adolescencia ha dejado de existir. La tecnología, el dinero y el progreso (es un decir) se lo han cargado. El hombre es un depredador.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sí.
¿Es usted cruel?
No.
¿Tiene muchos amigos?
Sí.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Inteligencia, sentido del humor, rectitud moral, lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No todos.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
No tengo tiempo libre. Soy escritor las veinticuatro horas del día, menos las que dedico a dormir (y, quizá, incluso en ésas), durante todos los días del año
¿Qué le da más miedo?
Soy, en líneas generales, muy valiente, pero temo a las mujeres, jamás me subiría a una moto y soy incapaz de tirarme de cabeza al agua aunque sea desde el borde de la piscina.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandalizan quienes se escandalizan. Me escandalizan, pero no me sorprenden, las religiones monoteístas. Me escandaliza el socialismo (otra religión monoteísta). Me escandaliza la tendencia del ser humano a convertirse en muchedumbre.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Eso es inconcebible. Siempre, desde muy niño, quise ser escritor.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. Tengo en el pueblo de Soria un pequeño gimnasio en el que pedaleo (bicicleta estática) o camino a buena velocidad sobre una cinta metálica mientras veo una película en la pantalla de la tele. De no hacer lo último me aburriría. Debo añadir que hasta que me operaron del corazón en diciembre de 2004 no hacía ejercicio alguno, pero siempre he llevado una vida muy activa.
¿Sabe cocinar?
No. Ni siquiera sé cómo se enciende una placa de vitrocerámica.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
¡Hay tantos! Hemingway, Henry Miller, Mishima,  Richard Burton (no me refiero al actor)… Y los héroes: Gilgamesch, Ulises, Aquiles, Teseo, Eneas…
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esta pregunta, con perdón, es una chorrada. Las palabras tienen fonemas, letras o ideogramas. Carecen de valores morales.
¿Y la más peligrosa?
Dos palabras: corrección política.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Matarlo, no, pero desear que se muriera, sí, en muy contadas ocasiones y siempre con arrepentimiento instantáneo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No soy hombre de polis. Las ciudades no me gustan. Me gusta el campo, y a él no llega la política. Ésta me aburre soberanamente, y además la juzgo dañina e innecesaria. No me siento “zoon politikon”, sino gato, lobo, oso, escarabajo, lagarto… Procuro vivir al margen de la historia del modo más natural posible.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Mujer guapa e indecente (en el sentido erótico de la palabra) o gato.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Si el vicio es costumbre, nunca he tenido vicios. Me gustan el champán (no el cava), el sushi y las sustancias enteogénicas, pero todo eso es virtuoso. Mi pecado siempre ha sido la lujuria: otra virtud, cuando se acierta a embridarla.
¿Y sus virtudes?
Jamás actúo en contra de lo que me dicta la conciencia. No miento. Procuro no hacer daño. No hablo mal de nadie. No protesto. No me quejo. Siempre estoy de buen humor. Detesto el lujo. Soy muy austero. Cuido de los míos, los protejo y traigo dinero a casa. Escribo, escribo, escribo. Y así hasta el infinito. Soy, como ve, una persona sumamente virtuosa.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Nadie manda en su cabeza. Quizá la de mi madre, en mi infancia, vestida de azul. Quizá la de mi gato Soseki. Quizá la sonrisa de mi último hijo. Cuando me ahogue, se lo contaré.

T. M.