Casa de ron Don
Q, San Juan de Puerto Rico
Es raro que la
vida de un filólogo, es decir, la vida de alguien que se dedicó a vivir la
lectura y la explicación de libros antiguos, diera para un libro biográfico,
acaso meramente para unas memorias intelectuales. Pero este no fue el caso de
Martín de Riquer, un sabio frente a la cultura y la historia pero también a la hora
de adaptarse a las vicisitudes de la existencia, en su caso la de un catalán
con una marcada huella españolista; un largo camino que recorrieron las
historiadoras Cristina Gatell y Gloria Soler para elaborar «Martín de Riquer.
Vivir la literatura» (RBA, 2008). Esta referencia viene al caso porque en ella,
a través de la voz del propio Riquer, mediante largas conversaciones, se
revisaba su vida familiar en la infancia y juventud, la guerra civil, la
universidad, su función como académico, sus trabajos como medievalista, etc.
Surgía
allí un Riquer esquivo al sentimentalismo, y ni siquiera se remarcaba demasiado
la desgracia de perder el brazo derecho, tras recibir un disparo en la guerra
civil; simplemente, explicaba que se había impuesto lo antes posible
acostumbrarse a haberse quedado manco. Nada de rencores ni lamentos; Riquer
había nacido para hermanar y perdonar, para trazar uniones sin derivar en
rechazos, y se sintió cómodo como barcelonés experto en las andanzas manchegas
del Quijote. Concibió siempre el estudio como un goce que une y profundiza en
lo humano, mostrándose además como un profesor preocupado hasta lo indecible
por sus alumnos. Su familia burguesa le proporcionaría un ambiente artístico y
letrado, y desde muy joven se ocuparía de entender la literatura catalana con
un cariño que no tenía precedentes.
Así,
una vez acabada la guerra, «desde el bando de los ganadores, Riquer postuló
claramente la vigencia y la importancia del legado cultural catalán,
defendiendo su literatura medieval como un componente esencial de la cultura
hispánica que no podía ser ignorado ni mucho menos menospreciado». Este va a
ser uno de sus retos en un país que no autorizaba el uso de la lengua catalana,
y lo hará con valentía y firmeza, publicando en varias revistas falangistas
estudios al respecto. Como escribió él mismo: «En general, si se pretende
ignorar o se intenta disimular la realidad lingüística de Cataluña, no tan sólo
se renuncia a ella en detrimento de la Patria sino que se relega a la oposición
e inconscientemente se dan armas al separatismo». ¿Valdrían estas palabras, en
la actualidad, para nuestros políticos y conciudadanos a la hora de plantearse
una convivencia bilingüe exenta de enfrentamientos?
Publicado en La Razón, 18-IX-2013