Con Marcel
Reich-Ranicki, muerto ayer a los noventa y tres años en Fráncfort del Meno,
desaparece uno de los últimos divulgadores de la literatura en medios de
comunicación de masas. Condujo entre los años 1988-2002 un exitoso programa
televisivo llamado «El cuarteto literario» que alcanzaría cotas de audiencia
inauditas para un espacio de libros. Tanto fue así que se le apodó el Papa de
la literatura alemana por ser capaz de despertar el gusto por la lectura de
muchos compatriotas y, muy en especial, por mostrar una opinión muy crítica,
para lo bueno como para lo malo, de los autores consagrados a los que prestaba
una cuidadosa y exigente atención.
Polaco de
nacimiento, hijo de padres judíos establecidos en Berlín cuando él tenía nueve
años, en 1929, Ranicki vivió pronto situaciones en extremo peligrosas. En 1938
sería obligado a volver a Polonia junto a doce mil judíos más, y en 1940, se
quedaría atrapado en el gueto de Varsovia. Luego, sus padres morirían en el
campo de exterminio de Treblinka, pero él conseguiría escapar de allí con su
esposa en 1943. Lo siguiente que ocuparía a Ranicki no tendría nada que ver con
la literatura: miembro del servicio secreto en el Ejército polaco, cónsul de su
país en Londres… hasta que un empleo como editor en el Ministerio de Defensa le
colocó en una situación influyente para publicar a autores alemanes. De hecho,
emigraría a la República Federal Alemana en 1958, donde empezaría de verdad su
andadura periodística.
Trabajó para el
semanario «Die Zeit» y el «Frankfurter Allgemeine», dio clases en universidades
americanas y escandinavas, y entonces vino su eclosión en la tele, plataforma
para que se hicieran célebres sus controversias con otros grandes de las letras
germanas como Gunter Grass –una vez fue
portada de «Der Spiegel» apareciendo enfadado y partiendo en dos uno de sus
libros– y Martin Walser; a lo que hay que añadir su tarea como «descubridor» de
autores extranjeros como Javier Marías, que se convirtió en un escritor
conocidísimo gracias a un Ranicki siempre dispuesto a sorprender con su afilada
pluma y sus contundentes reflexiones. La última ocasión de tal cosa sería con
motivo de su biografía, «Mi vida» (1999), donde detallaba sus años alrededor de
la Segunda Guerra Mundial sobre todo. Ya en este siglo, Ranicki extendería u
ánimo crítico más allá de lo literario: aprovechando en 2008 la concesión de un
premio por su labor televisiva, rechazaría el reconocimiento echando pestes de
la televisión alemana, y se armó un gran revuelo. Y con todo, fue la pequeña
pantalla la que le proporcionó un pedestal desde el que habló y sentó cátedra,
influyó y enseñó aupándole a la fama más absoluta; una rareza para lo que se da
en llamar crítico literario en nuestras sociedades de hoy en día.
Publicado
en La Razón, 19-IX-2013