jueves, 12 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Beatriz Villacañas

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Beatriz Villacañas.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, con mi familia. En segundo lugar un monasterio alejado del mundo pero con buenas vistas.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Prefiero a la gente, aunque en pequeñas dosis. De aquellos a quienes quiero no me canso nunca. Dicho esto, siento afecto y respeto por los animales y detesto que se les haga daño.
¿Es usted cruel?
No, aunque de manera no intencionada he podido herir a alguien en algún momento de vehemencia excesiva.
¿Tiene muchos amigos?
Unos pocos, con esto me basta y me considero afortunada.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
En general no busco nada a priori, aunque la empatía y la afinidad de ideas hacen lo suyo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, y espero no decepcionarles yo a ellos.
¿Es usted una persona sincera? 
Cuando la sinceridad es sinónimo de decencia, procuro siempre serlo. Cuando se trata de decir lo que se piensa procuro pararme donde empieza la grosería o el ataque.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Por un lado conversando con mis seres queridos, por otro, sola y en silencio.
¿Qué le da más miedo?
La vida está llena de realidades y posibilidades terribles. Prefiero no pensar detalladamente en ninguna de ellas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La impunidad de los malvados, la tolerancia con lo intolerable y el poder de los imbéciles.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Partiendo de la base de que ser escritora no fue una decisión, sino una necesidad ineludible, y de que me sería casi imposible no llevar una vida creativa, posiblemente me habría dedicado a alguna actividad científica, aunque la ciencia tiene también su parte creativa y la intuición del científico puede llevar a descubrimientos e invenciones extraordinarios.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Subir y bajar las escaleras y recorrer los pasillos que me llevan de un aula a otra para impartir mis clases en la universidad. A veces la natación.
¿Sabe cocinar?
Sí, creo que lo hago bien, aunque mi repertorio es sencillo y reducido. Y me temo que no tengo demasiado interés en ampliarlo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A un poeta: Juan Antonio Villacañas, mi padre. En su defecto, a cualquier otro poeta, pero cuando digo “poeta” me refiero a los de verdad, no a los que creen que cualquier cosa es poesía por venir escrita en verso.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Dios. Además, dado el panorama actual, es más difícil creer en la cura que en el milagro.
¿Y la más peligrosa?
Cualquiera de las santificadas por la tiranía de la corrección política.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Más bien he querido que desapareciera, pero se me pasa pronto. Diré además que nunca se ha tratado de alguien de mi entorno, sino más bien de canallas poderosos que hacen daño a inocentes.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Confío más en quien ama y respeta a sus padres que en cualquier ingeniero social.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Aviador.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Tiendo a ser colérica e impaciente, aunque tengo propósito de enmienda, mientras tanto, lo suelo disimular bastante bien.
¿Y sus virtudes?
Procuro hacer siempre lo que creo que tengo que hacer. La empatía.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Rezaría.

T. M.