lunes, 30 de septiembre de 2013

Entrevista capotiana a Matías Néspolo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Matías Néspolo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Me quedaría en el Parque Nacional Los Alerces, sin cruzar jamás su perímetro exterior. Es más, no creo que me alejara mucho de la orilla del Futalafquen.
¿Prefiere los animales a la gente?
A medida que me voy haciendo viejo, me temo que a los primeros.
¿Es usted cruel?
Sospecho que sólo un poco. Menos de lo que conviene, pero mucho más de lo que me gustaría.
¿Tiene muchos amigos?
Pocos, pero buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Franqueza y lealtad.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Nunca.
¿Es usted una persona sincera? 
Lo intento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Imaginando.
¿Qué le da más miedo?
La destrucción de lo que amo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La avaricia y el egoísmo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ganarme la vida honradamente como mejor pudiera, intentando no fastidiar al prójimo. Ahora si la pregunta es qué me hubiera gustado ser: pues, talabartero, amanuense, ajedrecista, domador, tramoyista, grumete, lutier, programador…
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Corro.
¿Sabe cocinar?
Sí.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Messi, sin duda. Pero por el estilo creo que ya lo ha hecho Leonardo Faccio.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Las palabras las llena cada uno con lo que quiera. La cuestión no es esa, decía Humpty Dumpty…
¿Y la más peligrosa?
Algunas huelen un poco, la verdad. Pero no creo que unas sean más letales que otras. Con todas se pueden hacer mimos y caricias. Y cualquiera de ellas sirve de tomahawk. Depende del uso o del juego de lenguaje, que diría Wittgenstein.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Por supuesto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tendencioso de a ratos.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Viento.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La pereza y el desaliento.
¿Y sus virtudes?
Me salen muy bien los nudos de corbata, la pena es que no la use. Y también sé pelar una manzana retirando una sola tira, larga e ininterrumpida, de piel.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si es cierto que todo ahogado trasmuta en Funes el memorioso por obra y gracia de la asfixia, puede entonces que mi Funes recordara el crepúsculo a través de unos eucaliptus de la infancia, el contorno de una mancha de Borgoña sobre el mantel, aquella sonrisa en el andén de un pueblito en la quebrada, el primer grito como de júbilo de una criatura embadurnada y recién parida, el crepitar de la pinaza al abrigo de lana áspera y ahumada, gotas de agua resbalando por una espalda dorada por el sol y cosas por el estilo.

T. M.