sábado, 7 de septiembre de 2013

Una Utopía sin corazón


 Los lectores de Coetzee estamos esperando una novela que pueda estar a la altura de su extraordinaria «Desgracia» (1999), o un libro que no distinga la autobiografía y la narrativa y que dé resultados tan notables como «Infancia» y «Juventud» (años 2000 y 2001). Ese tiempo del cambio del siglo fue el clímax del autor sudafricano, preámbulo del 2003 que le iba a regalar el premio Nobel. Después de esas obras, el autor desarrolló experimentos metaliterarios con más o menos fortuna, caso de «Elizabeth Costello» (2004) y «Diario de un mal año» (2007), tan interesantes como irregulares, mientras que en «Verano» –la tercera entrega de sus memorias–, el punto de vista lacónico y contenido de sus obras mayores desaparecía para dar paso a un corolario de voces que creaban más incertidumbres que certezas.

Esta última novela podría haberse titulado como otra suya, «En medio de ninguna parte» (1977), pues está ubicada en un lugar indefinido, e intenta recrear una Utopía asfixiante y retrógrada, de gente venida de fuera resignada a que su nueva vida equivalga al olvido, incluso el que tiene que ver con las emociones humanas más esenciales. El sitio en cuestión se llama Novilla, y en él se habla español (a mitad de novela, los dos personajes principales leen “Don Quijote”, firmada por Benengeli). El hombre protagonista llega como un refugiado en compañía de un niño perdido en un barco; el objetivo del hombre será encontrar a la madre del crío en una sociedad sin noticias en la radio, con una dieta a base de pan y agua y que no conoce la sensualidad ni las apetencias materiales.

La admirable capacidad de Coetzee para plantearse arriesgados retos literarios choca con la inconsistencia de sus probaturas, y la novela va a la deriva, sin avanzar ni crecer, limitándose a recrear un espacio y unos personajes de una ciencia ficción extraña. Lo más destacable es el comienzo, donde lo narrado podría servir perfectamente para saber por dentro la tragedia de ser un refugiado, pero luego tanto el hallazgo de una madre postiza como los diálogos de corte socio-filosófico con los compañeros de trabajo del hombre son demasiado inverosímiles y anodinos, con lo que el conjunto nos hace añorar al cada vez más lejano gran Coetzee.

Publicado en La Razón, 5-IX-2013