Los lectores
de Coetzee estamos esperando una novela que pueda estar a la altura de su
extraordinaria «Desgracia» (1999), o un libro que no distinga
la autobiografía y la narrativa y que dé resultados tan notables como
«Infancia» y «Juventud» (años 2000 y 2001). Ese tiempo del cambio del siglo fue
el clímax del autor sudafricano, preámbulo del 2003 que le iba a regalar el
premio Nobel. Después de esas obras, el autor desarrolló experimentos
metaliterarios con más o menos fortuna, caso
de «Elizabeth Costello» (2004) y «Diario de un mal año» (2007), tan
interesantes como irregulares, mientras que en «Verano» –la tercera entrega de
sus memorias–, el punto de vista lacónico y contenido de sus obras mayores
desaparecía para dar paso a un corolario de voces que creaban más
incertidumbres que certezas.
Esta última
novela podría haberse titulado como otra suya, «En medio de ninguna parte»
(1977), pues está ubicada en un lugar indefinido, e intenta recrear una Utopía
asfixiante y retrógrada, de gente venida de fuera resignada a que su nueva vida
equivalga al olvido, incluso el que tiene que ver con las emociones humanas más
esenciales. El sitio en cuestión se llama Novilla, y en él se habla español (a
mitad de novela, los dos personajes principales leen “Don Quijote”, firmada por
Benengeli). El hombre protagonista llega como un refugiado en compañía de un
niño perdido en un barco; el objetivo del hombre será encontrar a la madre del
crío en una sociedad sin noticias en la radio, con una dieta a base de pan y
agua y que no conoce la sensualidad ni las apetencias materiales.
La admirable capacidad
de Coetzee para plantearse arriesgados retos literarios choca con la
inconsistencia de sus probaturas, y la novela va a la deriva, sin avanzar ni
crecer, limitándose a recrear un espacio y unos personajes de una ciencia
ficción extraña. Lo más destacable es el comienzo, donde lo narrado podría
servir perfectamente para saber por dentro la tragedia de ser un refugiado,
pero luego tanto el hallazgo de una madre postiza como los diálogos de corte
socio-filosófico con los compañeros de trabajo del hombre son demasiado
inverosímiles y anodinos, con lo que el conjunto nos hace añorar al cada vez
más lejano gran Coetzee.
Publicado
en La Razón, 5-IX-2013