He aquí un libro en el que felizmente, mediante tres textos ligeros, entretenidos, de corte humorístico y autobiográfico, Cărtărescu se presenta muy lejos de la aureola que le han colocado sus admiradores más incondicionales, de sujeto misterioso y creador de una literatura onírica y compleja. El autor rumano, lanzado como candidato al Nobel por la propaganda editorial –él mismo tiene un comentario irónico sobre eso simplemente por haber sido traducido a otras lenguas–, firmó un cuento estupendo, «El Ruletista», y la sorprendente novela corta «Lulu», con diferencia lo mejor de una obra que nos ha llegado gracias a su traductora habitual, Marian Ochoa.
En una nota previa, Cărtărescu se disculpa por si ha
podido ofender a alguien, “pues lo he hecho no por crueldad o por venganza,
sino por mi deseo de reír y de oír a la gente reír, con una risa sana y
relajada”. Y es así justamente: el lector podrá disfrutar de las peripecias
surrealistas que el narrador y poeta protagoniza en el entorno literario, y en
ellas sale como torpe, ignorante, desafortunado, cuando no arruinado y
sufriendo una soledad desquiciante, como cuenta en el tercer escrito, “El viaje
del hambre”, sobre una penosa invitación a dar una lectura en 1984.
Así, en “Ántrax”, él mismo recibe por correo una
carta procedente de Dinamarca con algo que cree que es aquel polvo sospechoso
que se hizo célebre tras los atentados del 11-S, y el enredo a la hora de ir a
la comisaría para denunciar el caso lleva a un espiral de escenas hilarantes. Y
en “Las Bellas Extranjeras (o cómo me convertí en un escritor adocenado)”, el
texto más extenso, detalla una serie de viajes dentro de un proyecto de llevar
doce escritores rumanos a París y otras ciudades. El orgullo literario, la
hipocresía, el suplicio de ser entrevistado, los prejuicios sobre su país son
algunos de los temas que en la pluma de Cărtărescu se convierten en una
deliciosa autoburla, un modo de conocer los intríngulis que significa publicar
literatura.
Publicado
en La Razón, 24-X-2013