Con A. R. T. en Sevilla, enero del 2010
Los que tenemos la suerte de conocer, leer, tratar a
Antonio Rivero Taravillo, ese homme de
lettres como lo llamé en otra entrada en este mismo blog –a propósito del
libro que él mismo me dio en su Sevilla, un sensacional recuento de sus críticas literarias–,
nos ha hecho felices recibir:
En ella encuentro al poeta dando un salto de calidad
sobre el charco de su obra. La anécdota, el detalle insignificante para los
demás, el gesto-pasajero-de-gentes-o-paisajes se ha vuelto más lírico, más
sutil, más refinado en comparación con su poesía anterior, que surgía
impulsiva, que quería captar con frenesí un instante del tiempo; ahora esa
captación es más sugestiva, insinúa sin enseñar tanto, pero sin dejar sus señas
de identidad: la ironía y el lenguaje claro y la metáfora imaginativa. Preciosa
esta Lluvia, pues en ella hay
observación, meditación, memoria, además de una sonrisa melancólica. Una lluvia
que es “árbol genealógico de la vida”, que es un “xilófono” tocando en las
tejas, que es evocación del tamtam de una película de Tarzán. El haiku, tan
querido por Antonio, también tiene cabida como pequeñas gotas de ternura, y
sale el tópico de las lágrimas en un poema titulado “Llora”, y afortunados
símiles que emparenta la lluvia con una caligrafía de “versos negros”… Es una
poesía que celebra la vida, pues qué no es sobre todo la lluvia, y que
homenajea a nuestra última amiga, la muerte: por eso aparece un día en un
cementerio, o la alusión a un fallecimiento familiar, pero al instante, al lado,
el asombro por una muchacha bella en un divertido poema en el que podemos
imaginarnos a Antonio en el instante de su inspiración, con esa mirada siempre
risueña, inteligente, pícara. U otro que expresa ¡el ruido de un frigorífico!
Con A. R. T. en la Feria del Libro de Sevilla, mayo del 2009
Y es que es ahí donde se ve al verdadero poeta: el
que convierte en poesía lo menos poético que existe de nuestro entorno
inmediato, el que es capaz de sintetizar lo que es “El hombre” en cuatro
brevísimos versos geniales: “El líquido amniótico // y la laguna Estigia. //
Entre dos aguas, / nada”. Rivero Taravillo, ocurrente de continuo: “¿Por qué el
escaparate de una funeraria / es siempre un espejo?” (poema “Espejo”), amoroso,
como en el tan dulce, doméstico, hermoso “En el cuarto de baño”… Es esta la
poesía que a mí me interesa. La que habla de la Vida diaria, lo que nos pasa a
todos y lo que podemos ver todos. A medida que pasa el tiempo, cada vez reniego
más de los ejercicios estetizantes, de las pedanterías versiculares, de los narcisismos
estilísticos. Quiero encontrar poetas que hablen de mí y que me deslumbren con
su transparente mirada del hoy ordinario, que conviertan la amalgama de
situaciones comunes en belleza, en lenguaje que explique lo que en realidad (en
poesía) es “una llave”, un “cambio de agujas”, una “palangana”. Y la poesía que
me interesa, en última instancia, remite a lo que significan nuestros
recuerdos. “Lo próximo se funde en lo remoto”, dice el último verso de “Nieve
en la memoria”, y hay una bellísima escena final, con el sujeto poético
visitando Nueva York siendo consciente de que el sacrificio paterno durante
años ha tenido postreras generosidades, y entonces surge el poeta, agradecido.
Y ahora soy yo el que da las gracias: por este libro y por muchas otras cosas
procedentes de A. R. T. que llevaremos siempre en el corazón.