sábado, 2 de noviembre de 2013

Entrevista capotiana a Julio Rodríguez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Julio Rodríguez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Viviría en el lugar donde vivo. Cualquier otra respuesta significaría el fracaso de mi vida, de esta vida que llevo y que, en buena medida, yo mismo he elegido. Y en eso, únicamente en eso, no estoy dispuesto a fracasar.
¿Prefiere los animales a la gente?
Para comérmelos, sí. Para convivir, depende. Cuando se hunda el barco (que se hundirá; vayan, si no me creen, a la última pregunta), intentaré salvar antes a las personas que a los perros. Espero que eso conteste a su pregunta.
¿Es usted cruel?
No lo soy. Tampoco rencoroso. Son dos puntos a mi favor que, no obstante, me inhabilitan como torturador y como torero. Y como político. Y como banquero.
¿Tiene muchos amigos?
Casi 700 en Facebook, ¿qué le parece? De los otros, de los de verdad, alguno menos. Pero unos cuantos, no se crea. Son lo mejor del mundo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Podría decirle unas cuantas: lealtad, generosidad, sentido del humor, humildad, entusiasmo, imaginación o que, como decía Carver, no se vayan muy lejos cuando vienen mal dadas. Pero sólo hay una imprescindible: que sean buena gente.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Intento no exigirles demasiado para que eso no suceda. Aún así, a veces he puesto el listón muy alto. Y ahí estaban. Sin duda, soy un tipo afortunado.
¿Es usted una persona sincera? 
Desde luego. Pregúntele a mi abogado, si no me cree.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta estar con mi mujer y mi hija (y, por extensión, con el resto de la familia) haciendo cualquier cosa. Me gusta estar con mis amigos; si es posible, comiendo y bebiendo tranquilamente. Recuerdo vagamente que, antes de que naciera mi hija, también disfrutaba yendo al cine, leyendo o escribiendo. Eran otros tiempos.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad, la muerte y “Sálvame”. No necesariamente por ese orden.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
A grandes rasgos, la injusticia, la desigualdad y la falta de solidaridad. Concretando, el desequilibrio entre la vida en unos lugares del mundo y otros, las guerras (“justas” o injustas), la sed de poder, la corrupción, la avaricia, la falta de empatía, la indolencia ante el sufrimiento ajeno, el odio, la miseria, el hambre. Como ve, me escandaliza casi todo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Creo que uno no “decide” ser escritor. Lo es porque no hay alternativa. Aún así, como no vivo de la escritura, tengo que hacer otras muchas cosas para ganarme la vida. Y en todas ellas, incluido mi trabajo como profesor universitario, trato siempre de ser creativo. Sin creatividad, las cosas enseguida pierden interés y todo acaba por irse al garete.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Hago deporte todos los días: tengo una hija de año y medio. Además, corro para que no me alcancen los lectores. Y créame que lo consigo.
¿Sabe cocinar?
Eso es como preguntarle a Einstein si sabe sumar. Quien ha probado mi fideuá, sabe lo que es tener una deuda y no poder pagarla. La cocina es como el amor: cuestión de entrega, una pizca de magia y, sobre todo, buen producto.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Depende de lo que estuvieran dispuestos a pagarme. Ah, que no piensan pagarme... Entonces escribiré sobre mí mismo. ¡Y al demonio con el Reader’s Digest!
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La palabra más llena de esperanza es “esperanza”, eso es un hecho incuestionable. Pero no subestimemos otras: “comprensión”, “amor”, “vino”, “ternura”, “centollo”, “constancia”.
¿Y la más peligrosa?
Las palabras no son peligrosas, no necesariamente. El peligro está en quién las usa y en cómo son usadas, porque las carga el diablo.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Apueste a que sí. En este momento, sin ir más lejos, me están entrando unas ganas terribles de acabar con Truman Capote por su afición a las entrevistas interminables. Lástima que ya esté muerto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Tiendo a ser razonable, lo cual supone ya un primer inconveniente para abordar esta cuestión. A pesar de todo, mi balanza sigue inclinándose a la izquierda.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cualquier cosa con alas, excepto una gallina o un pavo en navidad.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Todos mis vicios son principales. En todo caso, señale con una cruz todos los que tenga en su lista y haga hueco para alguno más.
¿Y sus virtudes?
Saltan a la vista.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
No sé si se corresponderá con el esquema clásico, pero se me pasaría por la cabeza la imagen de un chaleco salvavidas amarillo. Y de ahí me iría a una bella azafata de vuelo explicando su funcionamiento. Y eso me llevaría a un hombre que hojea el periódico en su asiento, prestando más atención al escote que a las explicaciones, y a una mujer que cierra los ojos mientras le agarra la mano con firmeza. Y, claro, al joven sudoroso que, dos filas más atrás, aprieta su mochila contra el pecho como si ocultase en su interior un par de cartuchos de dinamita. El principio de una buena historia, ya me entiende. Pero, claro, tendría que escribirla otro porque, para entonces, yo ya me habría ahogado.

T. M.