viernes, 22 de noviembre de 2013

Mis poemas neoyorquinos en dos antologías


Mi pequeño conjunto de poemas Escenas de la catástrofe, escrito poco después de mi primer viaje a Nueva York en 1996, solo me ha deparado agradables sorpresas. Vio la luz en la revista El Extramundi a finales de 1998, y en el año 2008, casi por pura casualidad, me informaron de que uno de sus poemas aparecía en un curioso libro portugués sobre letras y arquitectura. Pero lo fundamental vino en el 2010, cuando lo volví a publicar, esta vez ya en formato libro, en la colección Los Conjurados de la editorial Polibea, con el subtítulo “Poemas y crónicas de Nueva York”, pues en él añadía dos textos que había publicado en la revista Clarín sobre Manhattan y Brooklyn a partir de sendos viajes posteriores. La edición, prologada por Antonio Rivero Taravillo, era una preciosidad, y en ella pude incluir algunas fotos mías de la ciudad. 

En ese mismo año, Germán Gullón lo citó, con tremenda generosidad, en su magistral estudio El sexto sentido. La lectura en la era digital. Pues bien, el modesto librito tuvo críticas maravillosas en La Razón y El Cultural, entre otros medios, y el año pasado otro investigador, Julio Neira, se hizo eco de él en su Historia poética de Nueva York en la España contemporánea (Cátedra). Un volumen sistemático y riguroso que yo mismo reseñé para Letra Internacional y que sería el preámbulo para que otro amante de la Nueva York hispana más literaria también incluyese en una antología uno de mis poemas. Me refiero al magnífico Fruta extraña. Casi un siglo de poesía española del jazz (Fundación José Manuel Lara), que acaba de aparecer, de Juan Ignacio Guijarro. 


De modo que solo puedo expresar mi más sincero agradecimiento a todos los que han hecho que esas pocas páginas tituladas Escenas de la catástrofe, publicadas en un lugar discreto y sin distribución apenas, hayan rebasado tiempos y espacios hasta hacerse para mí especialísimas, presentes y constantes dentro de mi bibliografía.