Librería en Nueva York
Me han robado el Tiempo, me han arrinconado, con la
mirada baja, sin ver el mundo, sin ver caer la no lluvia, negándome la
contemplación. Me han seguido en insufribles cajas en las tediosas mudanzas,
multiplicando su peso, me han engañado diciéndome que en ellos encontraría
compañía, consuelo, sabiduría, conciencia del mundo. Su inutilidad me ha hecho más
inútil de lo que ya soy. Los he regalado, muchas veces, porque levantaban muros
a mi alrededor, y harto de ellos, he hecho donaciones masivas a
bibliotecas-cementerios, o los he tirado desde la ventana para que el barbero y
el cura se encargaran de quemarlos. Pero todavía unos pocos cientos o miles
siguen ahí, mirándome desde los estantes, malditos y amenazadores, y consiguen
convencerme de que no tendré tiempo de leer aquellos que guardo con celo, que más
amo y necesito para mi tarea de ¿escritor?, y mi única esperanza es la del
personaje de la maravillosa, emocionante, sublime Una cuestión de tiempo, el padre poseedor de un don familiar gracias
al cual podía viajar a lo largo de su vida pasada, detenerse en ella, y
aprovechar para hacer lo que más le gustaba: releer todo Dickens una y otra vez.