viernes, 7 de febrero de 2014

Entrevista capotiana a Daniel Pelegrín

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Daniel Pelegrín.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Lisboa, tal vez. Ha sido la ciudad en donde he sido más feliz hasta ahora.
¿Prefiere los animales a la gente?
Si los animales pudiesen hablar con palabras, crear, sentir y equivocarse como la gente, entonces habría dilema, pero como eso no es posible prefiero a las personas.
¿Es usted cruel?
Puede que lo haya sido alguna vez, pero no de forma deliberada.
¿Tiene muchos amigos?
Amigos de verdad, cada vez menos; mi timidez e inconstancia juegan en contra, y además la amistad es algo muy raro y complejo. Si hablamos de amigos en un sentido más amplio, tengo algunos más, y bastante diferentes entre sí. Antes era mucho menos sociable y más selectivo, pero la paternidad y los años te obligan a revisar muchas cosas, entre ellas tu forma de relacionarte con los otros.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco cualidades, es algo indefinible, tiene que haber una empatía que se da o no se da. Conozco a gente diversa, como lo son mis amigas y amigos, gente que seguramente sabe escuchar o compartir el silencio; otros de humor lúdico o capaces de emocionarse, o generosos, o sencillos, o personas con las que me gusta sentarme a arreglar el mundo cada vez que dialogamos. Pero sólo algunos son mis amigos o amigas, y no porque yo o él o ella lo hayamos decidido en virtud de cualidades concretas: ocurre y basta.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No hay amistad sin disgustos o altibajos, y supongo que a ellas o ellos les pasa igual conmigo, aunque no suelen ser cosas que condicionen una relación. Pero decepciones propiamente dichas, no.
¿Es usted una persona sincera? 
A menudo lo intento, pero no siempre lo consigo, y además a veces es mejor no serlo. Usamos lo que nos sirve, siempre que no dañe demasiado a otras personas. Son siempre pequeñas falsedades, nada que pueda cambiar el curso de una vida. En general, oscilo entre la sinceridad (a veces demasiada) y su contrario, y no siempre elijo a la persona oportuna para hacer ambas cosas. Sí creo ser sincero cuando escribo, me refiero a que intento ser coherente con lo que siento y pienso, aunque en la ficción caben muchas trampas y yo también me sirvo de ellas.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Viajando, paseando, leyendo, compartiendo buenos momentos con mi pareja, mis hijos o mis amigos, escuchando música o viendo una película. El tiempo libre es tan válido como el tiempo de ganarse los garbanzos, o aún más: también creo en el derecho a la pereza, bien entendida. Por desgracia, no siempre hago lo que prefiero, me dejo llevar y pierdo el tiempo como cualquier otro.
¿Qué le da más miedo?
El miedo. Temo que el miedo me paralice, y lo hace. Por ejemplo, que pueda sucederle cualquier cosa a las personas que quiero y no poder hacer nada para evitarlo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que el mundo siga igual o cada vez peor aunque todos sepamos que puede y que debe cambiarse. Es decir: por muy escandaloso que sea cuanto debería hacer que nos rebelásemos (desigualdad, violencia, injusticias, etc.), lo que más me escandaliza es nuestra propia sumisión, nuestra capacidad para asumir el horror como algo cotidiano y hasta trivial.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Casi toda mi vida he hecho cosas que no son creativas, desde estudiar en el sistema académico a trabajar como periodista, webmaster, profesor de español (aquí hay más margen creativo) y, sobre todo, corrector de estilo. Pero creo que me habría sentido mejor siendo librero o bibliotecario, incluso vigilante de un museo poco frecuentado, esto último me dejaría tiempo para leer. O, por qué no, cartero.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Levantamiento de mis dos hijos, empuje de sillitas en las accidentadas aceras romanas y doble subida-bajada de las escaleras que unen el Trastevere con el Fontanone y el Gianicolo de lunes a viernes, cuando llevo a mi hija mayor al colegio y la recojo. Y ya está bien. Me apunté a un gimnasio (para poder levantar niños con menos penuria de mis brazos y lumbares, y para subir la escalinata sin que se me cortara la respiración), pero siempre encuentro una excusa para no ir, me aburro muchísimo.
¿Sabe cocinar?
No, pero cocino casi todos los días para cuatro, qué remedio. Eso sí, mis  lentejas están de vicio.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No creo que ninguno de los personajes inolvidables que se me ocurren fuesen de interés para los lectores de esa revista, sobre todo porque no es gente “de éxito”, son inolvidables en mi experiencia personal.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
El amor, en sus muy diversas manifestaciones.
¿Y la más peligrosa?
El odio, con sus efectos: exclusión, violencia y muerte.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Aunque a veces, a veces… menos mal que está la imaginación.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Me irritan tanto los abusos del poder como la sumisión acrítica, que a veces puede alcanzar el rango de complicidad. Aunque no estoy en ningún partido o movimiento, simpatizo con algunas ideas de la izquierda heredera del marxismo, siempre que atienda menos al dogma y al organigrama partidista y más a los movimientos sociales y a la indignación ciudadana frente a esta estafa llamada crisis.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Trompetista de jazz.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate negro sin duda es el peor. Los inconfesables, ni mentarlos.
¿Y sus virtudes?
Sé que algunas tengo, pero yo no sé enumerarlas.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Creo que en ese momento el esquema clásico estallaría en mil fragmentos dentro de mi propio pánico. Puestos a imaginar, estaría bien volver a ver la larga playa desierta de Sète, y en ella a mi hija saltando las olas y riendo como sólo lo hacen los niños cuando son realmente felices.

T. M.