domingo, 23 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Marian Torrejón


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Marian Torrejón.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Tengo un enorme respeto y simpatía por los animales, pero el hombre siempre antes.
¿Es usted cruel?
No especialmente. Soy bastante compasiva, pero siempre hay grietas para albergar algún punto de crueldad.
¿Tiene muchos amigos?
Solo en Facebook. En la realidad tengo muchos menos, pero algunos de ellos bastante buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que me guste su compañía. Y después, claro, que me aprecien tal como soy.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No, todo lo contrario. Siempre he esperado muy poco de los demás.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, bastante, así lo considero. Pero tengo siempre presente la máxima de Tambor: si con lo que dices no has de agradar, es mejor callar.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Hablando con gente con la que me encuentro a gusto.
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad terminal.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Muy pocas cosas. Tan pocas que no se me ocurre ninguna. Conmigo lo tienen crudo los provocadores.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo mismo, pero sin escribir. Me acompañarían las mismas historias que suelo llevar en la imaginación, contaría a los demás las que pudiera y las que no me las quedaría dentro.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, procuro moverme un poco, voy al trabajo en bicicleta y nado al menos una vez por semana.
¿Sabe cocinar?
Lo justito, comida de supervivencia, de piso de estudiantes, que es donde aprendí: lentejas, cocido, espaguetis, y dar un par de vueltas a cualquier cosa en la sartén. Recetas sofisticadas ni una. No me gusta perder el tiempo cocinando.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A uno anónimo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esperanzador. Al menos la contiene una vez.
¿Y la más peligrosa?
Patria.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Jamás, qué barbaridad. La vida es sagrada.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
En la mesa no se habla ni de religión ni de política. Aunque prefiero sentarme en la parte izquierda de la mesa.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Lo mismo que soy pero millonaria. Al menos con el suficiente dinero como para tener todo el tiempo para mí.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El chocolate, los helados, el buen vino.
¿Y sus virtudes?
El equilibrio, la racionalidad, la flexibilidad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Algunas de mi infancia, quizás, de mi madre, de mi hija, qué se yo.  Qué bonito se ve el sol desde aquí abajo, y yo me voy a morir, glu, glu, glu.

T. M.