viernes, 21 de marzo de 2014

Entrevista capotiana a Ovidio Parades

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Ovidio Parades.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Es una cuestión complicada porque me gusta mucho moverme, pero, si se diera el caso que me propone, elegiría Nueva York, Madrid o algún rincón de la costa asturiana. Una casa frente al mar: ése sería un buen refugio. Un sueño –otro– por alcanzar. En todo caso, siempre donde estuviese mi familia.
¿Prefiere los animales a la gente?
Obviamente, y aunque me gustan mucho los animales, sobre todo los gatos (convivo con una gata, Francesca), me quedo con las personas.
¿Es usted cruel?
Supongo que todos  lo somos, de una manera u otra, en mayor o menor medida, pero, básicamente, intento no serlo. La crueldad puede ser muy dañina y perjudicial.
¿Tiene muchos amigos?
No, en realidad, no tengo muchos amigos. Supongo que los justos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
La lealtad, la sinceridad, la capacidad de reírse de todo, incluso de uno mismo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No es algo habitual, aunque he sufrido la decepción de uno de mis amigos de la infancia. El que yo consideraba el mejor. Con eso creo que se lo digo todo. Así es la vida.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, absolutamente.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo, yendo al cine, al teatro, paseando, recorriendo todo tipo de librerías. Y, cuando las circunstancias me lo permiten, viajando.
¿Qué le da más miedo?
El dolor de los seres a los que quiero. Y la muerte, claro, la suya y la mía.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La ceguera y el abuso de los poderosos. La intolerancia del que no respeta una manera de pensar diferente a la suya.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Siempre quise ser escritor, desde muy pequeño. Supongo que algo en lo que me tuviera que relacionar constantemente con los demás. Me gustaría tener un restaurante, un café. Algo así.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, camino alrededor de seis kilómetros diariamente.
¿Sabe cocinar?
Sí, de hecho, en mi casa cocino yo. Es algo con lo que disfruto plenamente. Me relaja, me sosiega, me estimula.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A Frances Farmer, a Bette Davis, a Marguerite Duras, a Truman Capote, a Virginia Woolf, a Jessica Lange, a Pedro Almodóvar… ¡Hay tantos personajes a los que admiro!
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Deseo. No sólo me refiero al deseo físico, que también. A todo tipo de deseo.
¿Y la más peligrosa?
Odio. Intolerancia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Supongo que, cuando era muy pequeño, a algún compañero que no respetaba mi manera de ser y de entender el mundo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy una persona de izquierdas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cocinero.
¿Cuáles son sus vicios principales?
¿Qué es el vicio? Me parece que si uno disfruta con lo que desea y no hace daño a nadie, esa palabra me sobra.
¿Y sus virtudes?
La puntualidad. La lealtad. Aunque eso es mejor que lo digan los demás, ¿no?
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una mañana de sábado, con ocho años, escribiendo en un cuaderno en la cocina de la casa de mis padres, mientras ella, mi madre, preparaba la comida y escuchaba música en la radio y un sol de primavera entraba por la ventana. Y la noche en la que conocí a mi marido. Sí, ésas serían las dos imágenes que primero vendrían a mi cabeza.

T. M.