miércoles, 26 de marzo de 2014

Una vibración colectiva

Qué tarde ha llegado pero qué gran novedad la de tener la poesía y prosa completas de un escritor mayúsculo. Aun considerando que lo verdaderamente nuevo fue la aparición de Hojas de Madrid con La galerna (1968-1977), un extraordinario pentagrama literario en donde se escuchaba el latido de Blas de Otero con una intensidad inolvidable. Allí, hombre y escritor se unían para desarrollar un diario de experiencias y visiones en forma de poemas que ya se conocían (145 de ellos) o directamente inéditos (161). Destaco ese libro publicado en 2010 porque, viéndolo ahora junto al resto de sus poemarios, todavía lo considero lo más audaz de una trayectoria tan maltratada por la censura y por un cierto olvido por parte de sus colegas.

El machadianamente bueno de Otero apartaba en él al Dios al que se dirigía antaño para expresarle las crueldades del mundo, aunque seguía remitiéndose a sus preocupaciones de siempre: España, la identidad del hombre, el dolor de las guerras, y continuaba encariñado con los autores que tanto le influyeron: el Romancero y el Cancionero, Fray Luis y Quevedo, Rosalía de Castro y Machado, Whitman y Vallejo. El tándem habitual que se encarga de editar su obra, Mario Hernández y Sabina de la Cruz, nos proporcionan por fin los libros oterianos en su versión íntegra, caso de Poesía e historia, o directamente inéditos, como las prosas de Historia (casi) de mi vida y de las Nuevas historias fingidas y verdaderas. Asimismo, se ha decidido colocar, pese a resultar redundante de cara al lector pero respetuoso de cara al autor bilbaíno, los libros Ángel fieramente humano y Redoble de conciencia pese a que Ancia agrupaba la mayoría de los poemas incluidos en los dos anteriores. A todo ello se añadirían otras secciones complementarias para redondear lo que en absoluto conocíamos de aquel que se jactó de hablar claro, En castellano, como reza uno de sus títulos más representativos: una con poemas que jamás pertenecieron a ningún libro y que no revisten mucho interés, a mi juicio, otra con traducciones de siete poetas, entre las que destaca la de un poema del turco que tanto admiraba, Nâzim Hikmet, y una última muy buena con entrevistas con periodistas extranjeros y españoles.

Un tomo definitivo, de casi mil trescientas páginas, al que no se le escapa nada y que mete a Otero en un presente que es calco de su ayer, pues sus inquietudes políticas, sociales, humanas no han cambiado un ápice desde su muerte, en 1979. De ahí que sea el más profundo y cercano a la vez de todos cuantos han escrito poesía en las últimas décadas en esto Que trata de España. Pues no en vano, como dijo en una entrevista, pretendió fundir dos aspectos: lo existencial y lo sociohistórico, para dirigirse, dándole la vuelta al acerbo juanramoniano, “a la inmensa mayoría”, dedicándose a los temas “que hacen sentir una vibración colectiva”, aquellos que “interesan vivamente al hombre de carne y hueso de hoy”. Y este hoy suyo cuando su voz estaba viva es el hoy de hoy: el legado mayor al que puede aspirar cualquier poeta.


Publicado en Estación Poesía (núm. 1, primavera 2014)