miércoles, 30 de abril de 2014

El espía que se burló de Hitler

Choroní es un remoto pueblo del norte de Venezuela, mojado por el mar Caribe y que aún tiene un aura de magia y leyenda según sus visitantes. Un lugar perfectamente aislado, entre una naturaleza exuberante, tan bueno como otro para emprender una nueva vida. Allí falleció, en 1988, por segunda vez por así decirlo, pues había simulado una muerte en África para no ser objeto de represalias políticas, el agente doble más imaginativo e ingenioso que el mundo ha conocido, el catalán Joan Pujol. Al cual el investigador norteamericano Stephan Talty le dedicó esta biografía apasionante.

Nacido en 1912, en el seno de una familia acomodada catalana, Pujol creció en la próspera Barcelona que, sin embargo, vio cómo en el decenio de 1920 «el crimen político parecía ser la principal industria de la ciudad». Motines y huelgas se sucedían, y la violencia por parte de radicales y bandas de fascistas era tan continua que llenaban la ciudad de secuestros y asesinatos. Un clima de agresividad latente en el que los empresarios estaban amenazados, como el padre del joven Joan, un pacifista convencido que cada día se despedía de su familia para ir al trabajo como si fuera el último que le quedara de estar vivo.

En esas circunstancias se desarrolló Juan, un niño tremendamente travieso, emprendedor y risueño, que pronto probó el descenso desde su privilegiado estatus a la miseria y a la soledad más siniestra. Ahí empieza una vida de película: en 1933 Pujol ingresa en el servicio militar obligatorio y más tarde intenta en vano triunfar en el mundo de los negocios. Pero entonces estalla la guerra, y él, que detesta tanto un bando como otro, deserta y pone en peligro su vida al convertirse en un prófugo. Cuando el conflicto acaba, Pujol busca desesperadamente sobrevivir, y entonces entiende la ignominia, la ambigüedad de la guerra, y se plantea que un hombre puede servir en dos frentes; que uno es capaz de ser un espía doble.

Es cuando conoce a la que será su esposa, Araceli, mujer de «personalidad explosiva, ademanes exagerados y entusiasmo», y encuentra un empleo en el Hotel Majestic de Madrid. Pero en Europa se masca la tragedia, y Pujol no quiere mirar hacia otro lado; atento a los avances de Hitler gracias a la emisora de radio BBC, en sus propias palabras «un maniaco, brutal e inhumano», resuelve que tiene que intervenir para frenar a ese «psicópata». De modo que se ofrece voluntario a los Aliados, consigue un pasaporte a cambio de conseguir unas botellas de whisky a unas mujeres nobles de paso por el hotel, y pone en marcha su plan sin saber absolutamente nada del mundo del espionaje; pero eso no impide que se ofrezca a la embajada británica como agente doble, nada menos, aunque le rechazan, y luego a los alemanes, ante los que actuó de manera formidable, inventándose una historia tras otra para que lo ayudaran a ir a Inglaterra para, en principio, espiar a los ingleses a favor de los hitlerianos.

Verdaderamente, se trata de una vida de película. Por ejemplo, según cuenta Talty, en el Casino de Estoril coincidieron en 1941 dos personalidades del mundo de la ficción novelesca y Joan Pujol. Graham Greene, que por entonces trabajaba para el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, «aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para sus novelas de espionaje, entre ellas Nuestro hombre en La Habana, inspirada en la vida de Pujol». El otro novelista que estaba allí era Ian Fleming, el creador de James Bond, que «perdía sus escudos en el juego mientras ayudaba a planificar la operación Golden Eye para la inteligencia naval británica»; de aquello iba a surgir la primera novela de 007, Casino Royale. (No está de más decir, asimismo, que la aventura de Pujol quedó recogida en dos trabajos fílmicos del año 2009: Hitler, Garbo… y Araceli, y Garbo, el hombre que salvó al mundo, que recibió el premio Goya a la mejor película documental.)

Así las cosas, y derivas peliculeras al margen, «el espionaje prometía satisfacer algunos de los deseos más profundos y más antiguos de Pujol. Le ofrecía la posibilidad de abrirse camino en el mundo con su imaginación y de responder por fin a los ecos de las exhortaciones de su padre: haz el bien, ten fe en los seres humanos», dice Talty. Pujol consigue engañar a la Abwehr (una organización de inteligencia militar alemana) y hacer creer que quiere prestar sus servicios como un nazi más. Tanto será así que los nacionalsocialistas le condecorarán con la Cruz de Hierro en 1944, a lo que se suma la Orden del Imperio Británico por su ayuda inestimable en la Segunda Guerra Mundial. Pujol se encargaría de confundir a los alemanes –con la ayuda de su mujer, tan valiente y despierta como él– al respecto del sitio donde iban a entrar las tropas americanas en Europa, lo que acabaría siendo el desembarco de Normandía.

Su nombre en clave, para los británicos, sería Garbo, por sus gigantescas dotes actorales. Imposible resumir sus acciones de espía autodidacta, que tan detalladamente apunta Talty. Tras la Segunda Guerra, Pujol seguirá temeroso de que descubran su identidad, y marchará a Venezuela. Allí se separará de Araceli, iniciará una nueva vida, frente al mar de Choroní, y sólo en la vejez su nombre volverá a la palestra, en un tiempo en que ya ningún nazi iba a querer vengarse de él.


Publicado en la revista Clarín (núm. 110, marzo abril 2014)