lunes, 28 de abril de 2014

Martín de Riquer: El profesor que quería divertirse

Ejemplar del Quijote en la biblioteca de Lerín, Navarra

Hace seis años, Cristina Gatell y Gloria Soler dieron al público un testimonio que ahora, cuando el gran filólogo ya no está entre nosotros, cobra un especial valor: «Martín de Riquer. Vivir la literatura». Las biógrafas, a partir de las propias declaraciones del protagonista, abordaron la vida familiar en la infancia y juventud, la guerra civil, la universidad, su función como académico, sus trabajos como medievalista, etc. Así, cada etapa era, en efecto, una fusión pasional y efervescente, de vivir la literatura, siempre con gran bonhomía y vocación pedagógica. Su lema: si se divertía enseñando, se divertirían sus alumnos.

Ese fue el talante que definió al Riquer persona, profesor e historiador. No se lamentó de haber perdido el brazo derecho en la guerra civil. Muy al contrario, destacó por tener un gran sentido del humor, y ya como maestro, por mostrar una preocupación por sus alumnos firme y entrañable. Refugiado en los trovadores o en Cervantes, su objetivo fue aprender y divulgar lo aprendido, sin prejuicios ni cortapisas. Siempre para que imperara, en tiempos tan difíciles, el respeto al otro, en lo humano y en lo literario: “Riquer postuló claramente la vigencia y la importancia del legado cultural catalán, defendiendo su literatura medieval como un componente esencial de la cultura hispánica que no podía ser ignorado ni mucho menos menospreciado”, dicen las autoras.

En la Universidad Autónoma, Riquer viviría en primera línea movimientos de protestas, como el encierro de intelectuales catalanes en el convento de los Capuchinos, y se solidarizaría con Salvador Clotas y Manuel Vázquez Montalbán en el Consejo de Guerra que éstos sufrirían. Siempre dando la cara, ayudando al vulnerable, Riquer mostró con paciencia cómo podía defender la lengua catalana en un país que no la autorizaba. Hoy, qué ejemplo es de pundonor personal, sabiduría social y capacidad de diálogo. Sin el menor rencor, sin cobardía alguna; con la entrega de un trovador, con la audacia de un Quijote.


Publicado en La Razón, 27-IV-2014