lunes, 12 de mayo de 2014

Entrevista capotiana a Carlos Yushimito

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carlos Yushimito.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Viviría todo el tiempo metido en mi cabeza. Hay en días en los que sencillamente puedo quedarme allí, recordando o imaginándome cosas. Ahora bien, si me preguntas por un lugar espacial, elegiría cualquier vecindad con árboles y gente cosmopolita, una ciudad pequeña o un pueblo en la costa. Con poca gente. O con gente lo suficientemente reservada y poco intrusa. Con los años me he ido volviendo cada vez más antisocial.
¿Prefiere los animales a la gente?
Tengo especial preferencia por los loros. Creo que de ellos puede uno decir lo mismo que Byron de su perro: Poseen todas las virtudes de los hombres y ninguno de sus defectos.
¿Es usted cruel?
No al menos conscientemente.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo gran facilidad para establecer relaciones amistosas y, por lo general, las personas creen que se me da bien la vida social. Sin embargo, pasar mucho tiempo con las personas, sobre todo si no las conozco, me quita demasiadas energías; pero a veces es inevitable. Amigos en los que confíe, buenos interlocutores, no creo tener más de cinco.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Lealtad, generosidad, discreción, inteligencia, modestia, naturalidad o al menos honestidad en su afectación.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Casi nunca. Quienes me decepcionan no son mis amigos.
¿Es usted una persona sincera? 
Creo que esa pregunta no se le hace a alguien que se dedica a escribir.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo y mirando películas.
¿Qué le da más miedo?
El dolor en todas sus formas.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la corrupción del espíritu. Sobre todo, la hipocresía y la envidia.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Probablemente hubiera sido ajedrecista.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí, despertarme a diario.
¿Sabe cocinar?
Cumplo con freírme tortillas de patata que no saben mal.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Escribiría sobre un vendedor ambulante al que en la escuela apodábamos “El Chato”. Vendía todo tipo de chucherías frente al portón, sobre una mantita que desplegaba en el piso. Nos abastecía de todo lo inimaginable.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Perfección.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No con la firmeza suficiente, supongo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pienso en la comunidad como un espacio solidario y plenamente libre; lo cual, me temo, hace de mis tendencias políticas o bien complementarias o bien imposibles.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un ornitorrinco.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Cierta vanidad autocontrolada, la impaciencia y, de cuando en cuando, la apatía.
¿Y sus virtudes?
La honestidad y la insatisfacción.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Es curioso que me preguntes eso porque no pasa semana sin que sueñe que me ahogo. Entonces te puedo dar una respuesta exacta porque, cada vez que me despierto, la única imagen que mantengo es la de querer seguir vivo. Y es una imagen muy nítida que no se le parece a nada que yo pueda describir.

T. M.