martes, 13 de mayo de 2014

Siempre nos quedará Lisboa

“Una ciudad franca en la Europa nazi”. Así reza el subtítulo de esta obra que nos abre a un lugar que el lector en principio no relacionará demasiado con los asuntos de la Segunda Guerra Mundial pero que, muy al contrario, tuvo una función destacada. Su autor va en seguida directo al grano, cuando, ya en la primera página, que toma como referencia las líneas iniciales de uno de los guiones más famosos del cine, clarifica así el objetivo de su investigación: «“La ruta de Lisboa” cuenta la historia de refugiados que, al igual que Ilsa y Victor Laszlo en “Casablanca”, huyeron a Lisboa durante la guerra y transformaron la tranquila ciudad portuaria del borde del continente en la última puerta abierta que tenía la Europa ocupada para alcanzar la libertad». La penúltima escala de los refugiados, antes de alcanzar la capital portuguesa, era la ciudad marroquí. Así que parafraseando a Humphrey Bogart, podría decirse: “Siempre quedará Lisboa”. Como esperanza de lugar neutral para tantos europeos que escaparon de las garras nazis y encontraron allá una tierra próxima y neutral.

El papel de Lisboa como puerta de entrada y de salida de la guerra ya se nos asomó el año pasado mediante el libro “Garbo el espía”, en el que Stephan Talty contaba la vida absolutamente increíble del catalán Joan Pujol, quien atento, gracias a la emisora de radio BBC, a los avances de Hitler, en sus propias palabras «un maniaco, brutal e inhumano», resolvió que tenía que intervenir para frenar a ese «psicópata». Así, se ofrecería voluntario a los Aliados, pondría en marcha su plan sin saber absolutamente nada del mundo del espionaje y acabaría ofreciéndose a los alemanes, para conocerlos y derrotarlos desde dentro, e informar a los británicos. Como así ocurrió, pues Pujol se encargaría de confundir a los nazis –con la ayuda de su mujer, tan valiente y despierta como él– al respecto del sitio donde iban a entrar las tropas americanas en Europa, lo que acabaría siendo el desembarco de Normandía.

Pues bien, según cuenta Talty, en el Casino de Estoril coincidieron en 1941 dos personalidades del mundo de la ficción novelesca y Joan Pujol. Graham Greene, que por entonces trabajaba para el Servicio de Inteligencia Secreto del Reino Unido, «aprovechó su estancia en la ciudad para reunir material para sus novelas de espionaje, entre ellas “Nuestro hombre en La Habana”, inspirada en la vida de Pujol». El otro novelista que estaba allí era Ian Fleming, el creador de James Bond, que «perdía sus escudos en el juego mientras ayudaba a planificar la operación Golden Eye para la inteligencia naval británica» (de aquello iba a surgir la primera novela de 007, «Casino Royale»). Los tres personajes aparecen en las páginas de Weber, vívidas, emocionantes, sobre una ciudad en la que llegaban grandes oleadas de huidos que, sin embargo, sufrían un limbo desesperante: “La ciudad los liberaba de la guerra, pero también los paraba en seco, sin más fronteras que cruzar, con sólo el mar abierto ante ellos y medios limitados de alcanzar la otra orilla”, escribe Weber.

Tanto es así que muchos tenían que esperar durante meses una definitiva libertad –sobre todo, hacia Estados Unidos, cuyo consulado estaba colapsado de solicitudes– entre todos aquellos que, amparados por la libre circulación de ciudadanos que se permitía, pasaban por allí para todo tipo de acciones políticas, informativas o conspirativas: “corresponsales, diplomáticos, hombres de negocios, mandos militares, agentes secretos, contrabandistas, prisioneros canjeados”. Weber explica el calvario que el refugiado tenía que pasar para reunir la documentación adecuada para llegar a Portugal, y la amabilidad del pueblo luso, que sin duda no ha recibido el reconocimiento merecido por ello; los datos no son definitivos, pero se cree que varios cientos de miles de refugiados encontraron un refugio en Lisboa y sus alrededores. Aparecen las incursiones de la Gestapo, las acciones de los judíos ricos en la ciudad, las maniobras del presidente Salazar para poner en marcha su “dictadura nacionalista”, el paso del escritor pacifista Arthur Koestler, huido de París a Lisboa…

De tal modo que, siguiendo los pasos de prestigiosos escritores, como Thomas Mann con su familia –y de otros desconocidos para nosotros–, pero también científicos, pintores o cineastas, Weber sitúa al lector en plena fuga, a veces en rutas nacidas para aprovechar la necesidad ajena y hacer negocio, como el caso de una naviera que conectaba Lisboa con Nueva York y que hacinaba a los tripulantes a cambio de un precio desorbitado. Durante unos pocos años, por tanto, Lisboa se iba a convertir en un escenario con algunas de las mayores celebridades del mundo del teatro, como Noël Coward, del cine, como Jean Renoir, o de la literatura y la acción bélica, como Saint-Exupéry. Todos tendrían que esperar a que se tramitaran sus visados, aferrándose a sus identidades pasadas y a la nueva vida que les esperaba al otro lado del mundo, lejos de la guerra.


Publicado en La Razón, 8-V-2014