miércoles, 14 de mayo de 2014

Entrevista capotiana a Carmen Camacho

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Carmen Camacho.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Caniles. Es un cerro de pinares, higueras, alcauciles y olivares cercano a mi pueblo natal, sobre el que mi padre tiene una casilla vieja, sin uso, a punto de caer. Bajo tierra hay corrientes subterráneas, sobre la faz, el paisaje de mi infancia. La relación con mi tierra es la del conflicto. Pero sospecho que a ella quiero volver, algún día, probablemente cuando yo ya ni esté.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. Prefiero a la gente. A poder ser del pueblo –dicho sea a lo García Calvo–. Practico la demofilia moderada.
¿Es usted cruel?
No. A lo sumo y si me aprietan puedo llegar a ser demasiado fría y, con el lápiz, sarcástica. Hay que empeñarse mucho para conseguir de mí la frialdad. Eso sí, quien lo consigue, conoce el bajo cero. El sarcasmo, lo suelo reservar para mí. Es un rollo homeopático: algunos venenos en ciertas dosis hacen sanar.
¿Tiene muchos amigos?
Los mejores.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco, encuentro. Tengo por amigos y por amigas a gente de entendimiento y luz a quienes admiro y respeto. A todos ellos une, además, su valentía en el vivir.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Un conocido puede decepcionarte, pero amigo es quien te abraza por dentro. Cuando mi gente y yo nos llamamos “amigos” o más, “hermanos”, “hermanas” es porque ya sabemos que lo nuestro no tiene remedio. Así que no hay lugar para la decepción. Como mucho para el ajuste. En todo caso, entiendo que la decepción no depende tanto de quien decepciona como del decepcionado. Debieran vender gafas para corregir la idealización. Es cegadora.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí, con quienes conmigo van, y si se dejan. Sincera, pero nunca grosera o maleducada o creída en posesión de la verdad. Para los demás, procuro evitar el prejuicio y con él la crítica o la alabanza precipitada. No soporto a los sincericidas, son criminales gnoseológicos, están enfermos de sí. Paso de ellos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Contradictorio: suelo estar ocupada pero a mi ocupación –que es esta del dale que dale con las palabras– la suelo llamar tiempo libre. Intento no hacer distinción entre vida y labor, las entiendo como parte de lo mismo. En ese todo, me gusta escribir, viajar, estar sola y estar con los amigos, conversar, leer, pensar, salir al campo, pasear por la ciudad, tomar cerveza, enamorarme, observar, reírme, hacer yoga, besar.
¿Qué le da más miedo?
El miedo. Yo he tenido muchas veces miedo. Mi desarrollo personal consiste en buena medida en quitarme de encima el susto. Creo que sólo me queda uno de esos de tipo atroz, infantil y no controlado: que le pase algo malo a mi hermana. Es mi pesadilla recurrente.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El abuso de poder –de todo tipo–, la venta de la dignidad, el capitalismo, el olvido.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Seguir escribiendo, como siempre. Así no saliera lo que escribo del fondo de mis cajones (de hecho, una parte importante de mi escritura no está pensada para darla a la luz, sino para que forme parte de lo oscuro). Y seguir viviendo junto a las gentes que amo y voy amando. Yo no sé vivir de otra manera.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Menos del que quiero, necesito más. Me gusta moverme. Hago yoga, voy en bici a todos lados, paseo. Siempre estoy queriendo salir al monte pero casi nunca encuentro con quién.  Poeta busca montaraces, razón aquí.
¿Sabe cocinar?
Sí.  Y me gusta. Sobre todo me doy mano en eso de cocinar algo rico cuando apenas hay nada en la despensa. En casa jamás falta aceite de oliva ni especias. Mi especialidad son las verduras y las legumbres (soy vegetariana y poco adinerada). Soy cocinera exótica para hambres postbélicas.
Si el Reader’sDigest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A María Zambrano.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca. Pero creo que es algo que puede sentirse. Ojalá la vida no me ponga jamás en ese deseo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Imposible contarme en pocas palabras. Resumiendo mucho, no soy amiga del poder y ni mucho menos de los poderosos. El poder se emplea sobre alguien, en el mejor de los casos, y contra alguien, en el mayor. Prefiero el poderío, que es más expansivo, comunitario y generoso. Y tiene más gracia. Entienda con ello que para mí está prácticamente todo por deshacer. Deshacer, sí. Me interesa la negación como método de conocimiento, forma de vida y política. Pero no es fácil de ejercer. Nos han enseñado a creer, a obedecer, a afirmar. Esa es la política imperante, y así nos va. Importante en estas lides: para mí la política está en todo acto humano, no sólo en las grandes teorías. Me cansan los comunistas, los anarquistas, los fascistas o los socialdemócratas de boquino; la política se muestra viviendo. Un beso es un acto político. Si no que se lo pregunten a Judas.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Escritora, otra vez. Es que escribir es lo que de veras me gusta hacer.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Más que vicios tengo manías, supersticiones. Paralela a mi vida aparentemente plácida transcurre una procesión de ritos a veces divertidos, pero otros muchos desesperantes. A veces me condicionan el día.
¿Y sus virtudes?
Ser o querer ser, como diría Machado, “en el buen sentido de la palabra buena”. Perdone la inmodestia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Primero me esforzaría en dejar de ahogarme. Si es imposible creo que me dejaría llevar por las imágenes. Y remiten, sí, a la gente que quiero. La llevo dentro. Y no se ahoga.

T. M.