lunes, 14 de julio de 2014

Entrevista capotiana a Josep M. Rodríguez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Josep M. Rodríguez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa. Así, de paso, me evito la mudanza.
¿Prefiere los animales a la gente?
Depende de qué animales y de qué gente.
¿Es usted cruel?
No creo. Pero por si acaso busque una segunda opinión.
¿Tiene muchos amigos?
Nunca son muchos, independientemente del número. Ni tampoco todos son iguales. Digamos que la amistad es algo parecido al Everest, se escala por fases. Y unos llegan más arriba que otros.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Pienso en mis amigos y me doy cuenta de que no tienen nada en común, salvo una cosa, sé que puedo confiar en ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Los amigos nunca decepcionan. Los imitadores, a veces sí.
¿Es usted una persona sincera? 
Más de lo que me gustaría.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Por supuesto me gusta leer, pero eso también forma parte del oficio de escribir. Y lo mismo podría decirse de ir al cine, de escuchar música, ir al teatro, a conciertos, viajar… Así que, como ve, no tengo mucho tiempo libre.
¿Qué le da más miedo?
Las ausencias. Me gusta estar solo y, además, la escritura obliga (al menos a mí) a cierta introspección, a excavar en ese pozo de petróleo que todos llevamos dentro. Pero luego hay que saber regresar. Y algunas personas hacen que sea más fácil. Alumbran el camino. Mi mayor miedo es que algún día no estén.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Nada. Aunque a veces me sorprende la ceguera mental, la violencia gratuita, la discriminación…
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Lo mismo que hago ahora, menos escribir, claro. Supongo que me habría dedicado a la música. De hecho yo empecé escribiendo letras de canciones para un grupo del que formé parte en mi adolescencia. Hasta que poco a poco las canciones fueron mutando en poemas.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. Aunque desde que me lesioné una rodilla no de forma regular, pero siempre he practicado deporte: baloncesto, capoeira, fútbol sala, hapkido…
¿Sabe cocinar?
Cocinar me relaja. Y se me da bien. Desde sushi a un coulant de chocolate. Pasando claro está por una fideuá o una tortilla de patatas.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
No lo sé. No escogería un personaje plano. Desde el punto de vista compositivo, buscaría a alguien que tuviera cimas, pero también simas. Que me permitiera mostrar el caleidoscopio del yo. Por aventurar algún nombre, Ezra Pound o Kevin Carter.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Mañana.
¿Y la más peligrosa?
Mañana.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí, ahora mismo a Truman Capote.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo que el capitalismo ha fagocitado las ideologías. Aún así, me gustaría seguir creyendo que es posible una sociedad con menos desniveles económicos, en la que se cuide la educación y la sanidad públicas, y donde la corrupción se condene.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Catador de vinos, crítico de la Guía Michelín, afinador de quesos, probador de colchones, entrevistador…
¿Cuáles son sus vicios principales?
Respirar. El resto de vicios son secundarios.
¿Y sus virtudes?
Me gustaría pensar que la gratitud, igual que Capote. También la coherencia.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si me estoy ahogando, pongamos, en el mar, seguro que por mi cabeza empezarían a pasar imágenes de una isla, una barca, un flotador… Lo que me recuerda una encuesta de un diario inglés de finales del siglo XIX en el que preguntaban qué libro nos llevaríamos a una isla desierta. Unos decían la Divina comedia, otros citaban a Shakespeare… Yo coincido con el encuestado que prefería llevarse un manual para construir balsas.

T. M.