martes, 5 de agosto de 2014

E. A. Poe por los suelos de Barcelona


A primera hora del día salgo a la calle y caminando, veo un papel en el suelo cuya palabra en mayúscula me secuestra la curiosidad: ÍNDICE. Esa lista de títulos y números a qué corresponderá. Y entonces veo algo que es del todo lógico: una hoja suelta que indica una serie de relatos, sucia, perdida en algún lugar de la Barcelona desierta de agosto, en el año 2014, de aquel que fue hallado en 1849 una madrugada, medio muerto, semiinconsciente en una taberna de Baltimore tras la enésima borrachera. Edgar Allan Poe en el suelo, libre, malherido, pisoteado por la vida. Miro el papel como si estuviera delante de una tumba que hay que respetar sin molestarla con el menor roce, y sigo mi camino. 

(Solo ahora, al escribir estas páginas, veo que el índice indica una introducción del televisivo Chicho Ibáñez Serrador, señal de la época de la edición, ¿años sesenta o setenta?, tan dado a las Historias para no dormir.) 

Y es por la tarde de ese mismo día, al repetir los mismos pasos de manera azarosa, cuando una cincuentena de metros más allá de la primera hoja, ya desaparecida, encuentro otra del mismo libro que alguien lanzó tal vez a la papelera, al contenedor azul, y algunas de cuyas hojas cayeron y se esparcieron por la ciudad. Y de nuevo con idéntico orden lógico, esa otra hoja es la primera del libro en sí, la primera del primer cuento, “La caída de la casa Usher”. Solo bastaría con recorrer las calles para ir leyendo a Poe, página tras página, por los suelos, postrándose como si leyéndole agachados rindiéramos pleitesía a su existencia autodestructiva.