Tengo el gran honor
de que el poeta, narrador y crítico literario José Ángel Cilleruelo, uno de los
más finos y atentos lectores que he podido conocer, no solamente haya leído mi Melancolía y suicidios literarios. De
Aristóteles a Alejandra Pizarnik (Fórcola Ediciones), sino que le haya
dedicado uno de los exquisitos párrafos que va colocando, a modo de entrada de
cien palabras, en su blog “El visir de Abisinia”. Fue hace dos días, y sus palabras,
evocadoras y enigmáticas, líricas, se complementan con otro mensaje, privado y
valioso como un tesoro, regalado directamente, y que en mi fuero interno me indica que, sí, mereció la pena desde los años noventa des-melancolizarse, des-suicidarse
escribiendo sobre melancolías ajenas, suicidios de otros –que primero se
materializaron en el libro misceláneo El
gran impaciente. Suicidio literario y filosófico (2005)–, para quitarse la enfermiza melancolía de encima, para que la vieja idea de matarse uno mismo fuera más un recuerdo borroso que una realidad que un día amenazó con existir.
Fotos: bocetos de página web para la publicación de El gran impaciente. Obra del diseñador gráfico Sergio Pérez Naches