El año 1895, el que más adelante lo verá en la
cárcel, condenado a trabajos forzados, empezó bien para Oscar Wilde: el día 3
de enero se estrenaba en el londinense Haymarket Theatre “Un marido ideal”; en
las siguientes semanas, visitará Argel junto a su amante, y a mediados de
febrero el Teatro St Jame’s llevará al escenario “La importancia de llamarse
Ernesto”. El Wilde más ingenioso y exquisito, el que se mostraba como
todo un dandi y deslumbraba con su conversación elegante y corrosiva, disfruta
durante ese tiempo de un éxito inmenso. Inmenso y breve. Ya ha publicado un
volumen de ensayos de estética, dos libros de cuentos y su novela, «El retrato
de Dorian Gray», y lleva sin pudor una doble vida: la del hombre casado con
hijos y de reputación artística, y la del juerguista de prostíbulos
homosexuales que acaba teniendo un amante duradero, el joven, rico y caprichoso
Lord Alfred Douglas.
En la cresta de la ola en la que Wilde se
exhibe ufano, despertando tanto los recelos hipócritas de la sociedad victoriana
como la admiración de los que aman el arte por el arte y, como él, son contrarios
a la estética del realismo –«este vicio moderno», decía–, en ese enero de 1895
ve la luz algo que pasará inadvertido y que aún permanecía inédito en español
pese a ser una auténtica joya. Se trata de los cincuenta ejemplares de una edición no destinada a la venta que, con el
título de “Oscariana”, había preparado la sufriente esposa del escritor
irlandés, Constance; la tirada permanecería guardada en un almacén al estallar el
caso de la acusación por sodomía a Wilde y al final el libro se publicaría en
1910, doce años más tarde de la muerte de Constance y diez de la de su marido.
“Oscariana” reúne los dos brevísimos conjuntos
de aforismos que Wilde publicó en sendas revistas de Londres en 1894: “Frases y
filosofías para uso de los jóvenes” y “Algunas máximas para la enseñanza de los
individuos educados en exceso”, más 362 pensamientos entresacados de las
narraciones y obras teatrales del autor de “El príncipe feliz”, con traducción
de Carmen Francí. Por supuesto, no es la primera vez que tenemos al alcance los
paradojales aforismos de Wilde, pero el lector se sentirá de acuerdo con Luis
Antonio de Villena, que afirma en un excelente prólogo que estamos ante “el
mejor Wilde, el dandi rebelde”, el mismo que había concebido en su única novela
y en sus comedias “frases brillantes y contradictorias de donde surge una
verdad más honda que la que se tiene por verdad social, por eso Wilde es hondo
sin dejar de parecer impertinente, provocador”.
Los ejemplos de tal brillantez, huelga
decirlo, están por doquier allá donde abramos esta “Oscariana” tan concisa como
contundente, mordaz, traviesa. Wilde observa, tuerce lo más tópico y factible y
nos da lo contrario a lo convencional, y no hay más remedio que darle la razón.
Nadie ni nada se escapan a su desenfadada ironía. Ni las féminas –“Mientras una
mujer pueda parecer diez años más joven que su propia hija, estará del todo
satisfecha”– ni el género masculino –“Un hombre que no piensa por sí mismo es
un hombre que no piensa en absoluto”–, ni los jóvenes ni los ancianos, ni lo
sabios ni lo ignorantes. Todo lo que es humano –la amistad y el egoísmo, el
matrimonio y la infidelidad…–, humano en sociedad, se respira en palabras ya
conocidas y que uno no se cansa de escuchar: “Experiencia es el nombre que todo
el mundo da a sus errores”, “Las tragedias ajenas siempre tienen algo de
infinitamente mediocre” o “Las mujeres están para amarlas, no para
comprenderlas”, etc.
1895: el “annus horribilis” para Wilde, pero
también para Constance que, desde la primavera anterior, desesperada por ver
cómo su marido seguía flirteando con el que llamaba Bosie, y viendo que la economía
familiar estaba por los suelos, tuvo la idea de proponer un conjunto de
aforismos de Wilde al editor Arthur Humphreys, del que Constance, que llevaba
ocho años sin tener relaciones sexuales, “se enamoró locamente”, como explica
su biógrafa Franny Moyle. Wilde se enteraría de esta relación e incluso
llegaría a esbozar una obra titulada “Constance” sobre relaciones
extramatrimoniales. He aquí la intrahistoria de “Oscariana”: Wilde escribiendo
sobre su vida doméstica, según Moyle sintiendo celos de Humphreys, como se
percibe de las cartas, “escuetas y frías”, que le escribió tras recibir las
galeradas. El dublinés consideró el libro “tan malo y tan decepcionante” que
quería modificar muchas cosas, pero para nosotros no podrá ser mejor, una
lección de inteligencia y originalidad imperecedera.
Publicado en La Razón,
21-VIII-2014