viernes, 22 de agosto de 2014

Entrevista capotiana a Antonio María Flórez

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Antonio María Flórez.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Fundiría las montañas de Marquetalia en Colombia, lugar donde crecí, con Don Benito, mi pueblo natal en Extremadura.
¿Prefiere los animales a la gente?
Nunca jamás. No entiendo que haya personas que se preocupen más por ellos que por sus congéneres.
¿Es usted cruel?
Debiera serlo alguna que otra vez.
¿Tiene muchos amigos?
No muchos, no, pero me defiendo con los que tengo.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean esencialmente lo que son. Y uno suele acercarse a personas sensibles, francas, solidarias, respetuosas, abiertas, con ganas de triunfar sin aplastar.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No.
¿Es usted una persona sincera? 
En lo que importa y trasciende, sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Leyendo. Escribiendo. En cine. Y haciendo deporte. Y por supuesto, viajar, siempre he viajado bastante, de aquí para allá, por razones de trabajo y estudio y también por conocer.
¿Qué le da más miedo?
Respeto mucho el mar embravecido y el despertar del volcán Nevado del Ruiz. La furia de la naturaleza desatada me apabulla y me reduce a mi mera condición de frágil mortal.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Pocas cosas ya, a estas alturas de la vida.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Ser médico, que a mí se me parece mucho a ser escritor. Tal como yo concibo el ejercicio médico hay que ser bastante observador, analítico, tener capacidad de síntesis y, sobre todo, tener sensibilidad.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Me encanta correr, caminar y jugar baloncesto.
¿Sabe cocinar?
Estupendamente. Aunque ahora me aplico sólo a lo elemental. Algunos de mis apaños culinarios de antaño son muy celebrados aún por mis amigos. Tal vez sea por eso.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin duda alguna sobre Alfonso Trajano, un pintor y fotógrafo extremeño de principios del siglo XX, asesinado en la Guerra Civil y desaparecido de la Historia Oficial. Su vida tiene tantas facetas y zonas oscuras que es todo un reto desvelarla.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Paraíso.
¿Y la más peligrosa?
Rencor. ¿O tal vez Libertad?
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Probablemente.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Socialista utópico o anarquista pragmático. En todo caso desencantado, pero no derrotado. Aún creo en la humanidad y en el sentido común de la gente.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Sueño.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Inconfesables.
¿Y sus virtudes?
Ojalá tuviera.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Seguramente la cara de mi hijo cuando lo llevé a conocer el mar, la de mi madre cuando me gradué de médico o la de mi padre en el aeropuerto de Bogotá cuando me enviaron a estudiar a España con diez o doce años de edad. Pero no creo que uno esté en esos instantes para nada distinto a tratar de sobrevivir.

T. M.