jueves, 18 de septiembre de 2014

Entrevista capotiana a Gonzalo Mariátegui

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Gonzalo Mariátegui.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sin duda, escojo la ciudad de Nueva York en los Estados Unidos de Norteamérica. Estaría rodeado de teatro, ballet, ópera, grandes y pequeños restaurantes, grandes museos (con muestras cambiantes). Y si necesito verde, pues ahí tengo a la mano el Central Park que es más grande que el principado de Mónaco. Y por supuesto tendría la Third Avenue, la Lexington Avenue, la Park Avenue, la Fifth Avenue y Broadway. En mis caminatas diarias me toparía a cada instante con celebridades políticas, con gente del espectáculo. Desde luego no les pediría su autógrafo ni le dirigiría la palabra. Y cuando llegara a mi departamento a nadie le comentaría que subí en el mismo ascensor con la modelo del momento o el Secretario General de las Naciones Unidas.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me encantan los animales. Tengo dos perros de raza Scottish Terrier. El macho se llama Beckett y la hembra se llama Dolly. Me gasté la herencia de mis padres en la compra de tres caballos de carrera. Pero puesto a escoger entre los animales y la gente, prefiero a la gente con sus generosidades y mezquindades, con sus pequeñas y grandes sorpresas.
¿Es usted cruel?
Nunca lo he sido conscientemente. Me resiento con facilidad, pero jamás busco vengarme.
¿Tiene muchos amigos?
La amistad se contrae durante la juventud, especialmente en la época del colegio. Como hijo de diplomático me pasé  los primeros dieciocho años de mi vida visitando distintos país. En cada lugar iba dejando amigos que nunca más he vuelto a ver.  He intentado ubicar a algunos por Facebook, pero mis esfuerzos han sido infructuosos. Supongo que muchos ya deben haber fallecido. Acabo de cumplir setenta y un años y a esa edad muchos están muertos o en casas de ancianos. Especialmente, los amigos que viven en países desarrollados. No hay quien cuide individualmente a los ancianos y los familiares los archivan en casa de ancianos. Esa práctica se va imponiendo en los países latinoamericanos. Dicen que es la modernidad. Hubo una época en que el individuo tenía valor.  
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que tengan sentido del humor, que sean sinceros, que no hablen con dobleces. Detesto los dobles sentidos, aunque supongo que son inevitables.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Acabo de perder un amigo. Aún vive, pero lo he perdido. He preferido discontinuar su amistad. Resulta que la envidia lo hace hiriente con los demás. Mejor es decir adiós y seguir para adelante. Creo que terminaré la vida sin amigos, pero con cordiales conocidos. La verdadera amistad es de los niños cuando no se conocen por apellidos ni comparan la bonanza de sus padres.
¿Es usted una persona sincera? 
Procuro serlo y no lo soy cuando con ello evito herir. Me parece de suma crueldad herir al prójimo.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me gusta mucho el teatro, me encanta navegar en internet. También me gusta viajar. Procuro hacerlo dos veces al año. Hace un mes estuve en Santiago de Chile. Santiago es una gran capital, es de una gran modernidad. Las calles y veredas son anchas. Nadie se topa.  Otro paradero obligatorio es Cajamarca, ciudad norteña del Perú. Voy a un distrito llamado Baños del Inca. Hay unos baños termales maravillosos. Duermo como un niño.
¿Qué le da más miedo?
El miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Ver niños que mendigan por las calles. Están expuestos a los más bajos instintos de tanta gente degenerada. Hay que hacer algo por los niños. ¡Urgente!
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Supongo que diplomático. A esta edad ya estaría jubilado con una cómoda pensión. Quizá habría alcanzado la categoría de embajador, como lo logró mi señor padre.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Procuro jugar golf una vez a la semana. En verdad soy muy sedentario.
¿Sabe cocinar?
Me defiendo. Cocino por receta. Años atrás me metí a cocinar. Entonces usábamos cocina eléctrica y yo estaba en mi salsa, pero ahora, para ahorrar usamos cocina a gas y yo le tengo mucho respeto al gas, especialmente cuando demora en encender.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi madre, sin duda. Era una mujer muy sabia, valiente ante la vida. Y aunque era una catedral de moral, jamás juzgaba a nadie. Aceptaba a la gente como era y con su ejemplo silencioso procuraba ayudar. Gustaba del arte, de la política, era una gran lectora de novelas de ficción, a tal punto que decidió  a los setenta y ocho años operarse de cataratas a ambos ojos para continuar leyendo los dos años que le quedaba de vida y que conste que le huía a los médicos.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Misericordia.
¿Y la más peligrosa?
Venganza.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
No tengo tendencia política definida. Más bien prefiero irme por esta o aquella idea específica. Algunas son de izquierda, otras de derecha. Lo importante es que la idea, a mi parecer, funcione y beneficie a las grandes mayorías.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Actor de Shakespeare.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hace veinte y ocho años dejé el maldito vicio del cigarrillo. Creo que ya no le pertenezco a ningún vicio.
¿Y sus virtudes?
Soy servicial. Me gusta ayudar a la gente. Si alguien me pide un favor y éste está a mi alcance pues entonces salto y le digo: ¡Hecho! ¡Es tuyo! Detesto esa actitud de decir: “Vamos a ver”, “Déjame estudiarlo”, “Voy a consultarlo” cuando la decisión o el empujoncito está a tu mano.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los recuerdos de las todas cosas que debí hacer.

T. M.