domingo, 12 de octubre de 2014

Entrevista capotiana a José Luis Gracia Mosteo

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de José Luis Gracia Mosteo.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Sin duda, un valle de los Pirineos hace un par de siglos, cuando los ciclos de la agricultura regían la vida, el mundo no existía más allá del horizonte y la naturaleza te atendía agradecida. En la Casa Chuan de mi padre, donde mi familia vive desde 1600, Oliván, a veinte kilómetros de Francia, esa que aparece en La saga de los Pirineos o La dama cautiva de Jaca. Me imagino recibiendo paquetes de libros y dejando caer la mandíbula al enterarme de los progresos de la Ilustración para luego regresar a las faenas del campo consolado de que allí no llegara ese mundo pluscuamperfecto.
¿Prefiere los animales a la gente?
¿Pero no somos lo mismo? Lo digo porque, como Franco Battiato, pienso que cada uno lleva un animal dentro. Al principio, abundó el hombre-rata, que vivía de la carroña. Luego, el hombre-perro, sumiso y asustado. Hoy,  el  hombre-tigre dientes de sable, inteligentísimo, hiperdesarrollado y condenado a ser víctima de su propio virtuosismo. Somos tan listos que parecemos tontos. Los extremos, ya se sabe.
¿Es usted cruel?
Soy crudo, cruento (ah, el bistec) y algo Cro-Magnon, es decir, aragonés literal y literato, pero cruel, no. La crueldad la dejo para mis personajes.
¿Tiene muchos amigos?
Cuando era niño tenía amigos; cuando pasé los treinta pasé a tener amistades (a esa edad todo el mundo se mueve por intereses, no buscando tu encantadora compañía); ahora tengo un loro que se llama Quehaydecomer, el cual llevo conmigo sobre el hombro a ver cómo responde la gente. 
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que sean leales, pero además que les guste comer, beber y, sobre todo, reír. Me aburren los escritores. Si le dan más brillo a su yo, hunden las Eléctricas. (Oiga, qué buena idea: invite a dos escritores a su casa y ahorrará en la factura de la luz. Eso sí, esconda antes lo que hay de valor.)
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Solo cuando no me devuelven los libros, no me invitan a vino o no tienen pelos en la lengua y dicen “Estás más calvo, colega”, o “Jo, qué lustroso estás…” Ya no hay consideración.
¿Es usted una persona sincera? 
Yo solo soy un hombre que lucha por la paz mundial, nada más que eso, un alma casi tan cándida y tierna cual un político actual.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Perdón, soy Mosteo, no Perales, aunque nos llamemos igual. Esta pregunta me suena a “¿Y quién es él?”, y todo eso. Se ve que al amigo Truman le gustaba José Luis. En todo caso, mantengo un romance a tres bandas con mi sofá, mi televisión y mi nevera, así que me dedico a cortejarlos. A veces, hasta leo un libro, en el metro, la cama o el retrete, que es donde leo poesía. No sabe usted cómo ayuda.  
¿Qué le da más miedo?
Las cartas certificadas, los políticos en tiempo de elecciones, la intolerancia no solo a la lactosa, el futuro imperfecto que nos ha dejado la peña y esa panda de pirados vestidos de negro que son la vertiente almohade del Ku Klux Klan.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Que hay gente que muere de hambre y palma por no tener para una aspirina, y gente que muere de exceso de pasta no exactamente dentífrica y colesterol. Es una pena que no abran la veda del tomatazo. A picar ponía a todo el Senado y las Diputaciones. A los del Congreso, los hacía mileuristas. A ver cuántos padres de la patria mantenían su vocación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Agricultor, posiblemente; profesor en otro mundo (tal vez EEUU del que me zafé aunque no sé ahora si hice bien, visto cómo se ha puesto todo), o vendedor de crecepelos, adelgazantes y curalotodo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Soy un maestro en el lanzamiento de frutos secos al gaznate, cien metros lisos bus y levantamiento de jarra.
¿Sabe cocinar?
Me perdonará si le digo que casi soy un chef. Tal es mi virtuosismo. Cocino tan bien las latas de fabada, las lentejas Litoral y los churros congelados, que mis  amigos no paran de venir todos los lustros.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Tendría que pensarlo entre Jules Laforgue, mi poeta de cabecera; Alejandro Magno, fascinante e increíble; o mi padre, que era un cacho de pan. Aunque seguro que me quedaba con el último pues me encantan las migas a la pastora. Divinas, oiga.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Paz, pero también nosotros, vosotros y ellos. Pensar en los demás, aunque, ahora que lo pienso, también “multa de aparcamiento” o “político a la fuga” están hoy llenas de esperanza.
¿Y la más peligrosa?
Yo, mi, me, conmigo, pero también dogmatismo y fanatismo. También, xenofobia. Estamos rodeados de bobos que no leen y cultivan las palabras terminadas en ismo y fobia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, pero sí darle un puñetazo, aunque a decir verdad, sí que lo he dado. Lástima que haga tanto tiempo que no practico. Estoy perdiendo las buenas costumbres,  viejo casi gagá.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Pertenezco a una generación que pasó del comunismo al consumismo para acabar en el escepticismo, así que me declaro abolicionista, antimilitarista, periodista, abstencionista, antifascista, automovilista, ascensorista, camorrista, novelista y, sobre todo, aragonesista. En todo caso mi gran sueño es ser pensionista.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Las yemas de los dedos de Warren Beatty, como dijo Woody Allen; las papilas gustativas de Miguel Ángel Almodóvar, o las cuerdas de la guitarra de Bob Dylan, pero también un pájaro Fénix, una paella inmensa o una cuba de roble. Todo muy espiritual.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La seriedad y la compostura. Soy un hombre circunspecto y estirado amigo del almidón y los cuellos duros. Tengo que cambiar, lo reconozco. Esta entrevista es la prueba del algodón.
¿Y sus virtudes?
El tesón, la lealtad y el silencio. Confíeme su pin del cajero automático y lo comprobará.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Sin duda, mi tía Josefina llevándome de la mano, el río Jalón en verano, mi padre en el campo, Luis y Luz corriendo, los melocotoneros desgarrados por el peso de la fruta, la Ponci sonriendo, el primer beso a los quince años, los viajes a los Pirineos, mi hermana nadando, las noches con grillos y la vez en que estreché la mano y charlé unos minutos con Jorge Luis Borges en el Retiro de Madrid, algo que registró la tele, si no, pensaría que lo he soñado. Entonces supe que existía Dios.

T. M.