En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel A. Delgado.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Uno de
esos raros sitios en los que logras tranquilidad y aislamiento sin salir de la
ciudad. Ese sería mi lugar perfecto, poder recogerme del ruido y del vértigo
pero tenerlo también a mano si lo necesitara. Porque a cada momento necesito
cosas distintas.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, pero
tampoco a la inversa. No concibo una existencia sin gente, pero tampoco sin el contacto
con esa verdad sin matices que nos transmiten los animales.
¿Es usted cruel?
Creo que
no más que la media.
¿Tiene muchos amigos?
Me gusta
pensar que sí. Creo, de hecho, que es la única fortuna de la que puedo
presumir.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No pasan
ningún examen, así que es difícil verbalizar algo que no suelo pensar de manera
consciente. Pero evidentemente, un amigo es alguien leal (que no sumiso), que
te completa y te estimula (pero que no te es adicto), alguien con quien el tiempo
que compartes cobra un significado especial; alguien cuyo dolor te duele y
cuyas alegrías te alegran. Alguien, en definitiva, a quien eliges: alguien
impuesto no es un amigo.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
De mis
verdaderos amigos apenas he vivido decepciones. Es difícil que una amistad
sobreviva a una decepción profunda.
¿Es usted una persona sincera?
Creo que
lo razonable. No soy una persona mentirosa, pero hay mucho de mí que permanece
oculto. Tiendo a ser muy expresivo como forma de protegerme.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mis
placeres suelen ser sencillos y necesitan poca infraestructura y preocupación.
Sentirme dueño de mi tiempo libre, algo que consigo muy raramente, es la mayor
satisfacción que pueda alcanzar; me importa casi más eso que obsesionarme con a
qué lo voy a dedicar.
¿Qué le da más miedo?
La muerte.
Y el olvido.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
El
desperdicio del talento; no soporto ver cómo alguien con evidentes dotes para
hacer grandes cosas, en el campo que sea, rehúye llevarlas adelante. Y en el
lado contrario, me escandaliza que se premie la mediocridad, algo que por
desgracia está a la orden del día.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Es difícil
decirlo, porque si me dedico a esto es en gran parte porque no sirvo para otra
cosa. Seguramente por ser algo que me está vedado, siempre he envidiado la
seguridad que otorga poder desempeñarse bien con las tareas físicas: arreglar
las cosas, construir otras...
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
A rachas.
Ahora mismo, no, pero procuro desplazarme caminando o en bicicleta siempre que
me es posible.
¿Sabe cocinar?
Prácticamente
no.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Lo suyo
sería Tesla, pero he escrito tantas veces... Ahora mismo, propondría a
Williamina Fleming, quien pasó de ser criada a una de las más importantes
astrónomas de finales del siglo XIX.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
Futuro. El
futuro siempre es mejor.
¿Y la más peligrosa?
Éxito.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Contradictorias;
detesto las injusticias sociales, pero a la vez me gustaría vivir en un mundo
en el que la meritocracia y el talento definiese la pirámide social. Odio el
populismo, sea del tipo que sea, y el inmovilismo.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Un
carpintero capaz de sacar de un pobre trozo de madera algo bello.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La
obsesión y el descuido. Y la incapacidad en ocasiones para sujetar una mente que
me impone sus impulsos.
¿Y sus virtudes?
Es difícil
que alguien pueda definir verdaderamente sus virtudes, pero me arriesgaría a
decir que soy leal, creativo, divertido y buen amigo. O al menos, así me
gustaría verme.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Los pocos
instantes de verdadera felicidad que salpican la vida y que nos hace que
merezca la pena vivirla.
T. M.