lunes, 20 de octubre de 2014

Entrevista capotiana a Pedro Crenes Castro

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Pedro Crenes Castro.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Mi casa, es una isla que conozco muy bien y a sus “habitantas”.
¿Prefiere los animales a la gente?
Siempre a la gente, a los animales, después.
¿Es usted cruel?
A ratos, con mis personajes. Es una actitud natural de los escritores.
¿Tiene muchos amigos?
En Facebook sí. En la vida real unos pocos, de los buenos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sobre todo lealtad. Dice el libro de Proverbios: “Fieles son las heridas del que ama pero inoportunos los besos del que aborrece”. Lealtad, aunque muchas veces implique cierto dolor. Mis amigos me mejoran y eso en muy valioso.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
En general no, pero nadie es perfecto. Mi vida ardió hace tiempo atrás y aquello me reveló lo que de verdad tenía. Ahora disfruto de esos pocos y buenos amigos, esparcidas ya las cenizas de los que en algún momento dijeron serlo.
¿Es usted una persona sincera? 
Procuro serlo. Si algo me molesta suelo decirlo para aclarar las cosas. Es mejor vivir bajo un cielo despejado de dudas y sombras con los amigos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Con la familia. Leer y escribir forman parte del oficio, son las dos caras de un trabajo placentero.
¿Qué le da más miedo?
Decepcionar a los míos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la maldad en todas sus facetas, me sorprende la capacidad que tenemos de reinventar lo peor cada día.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Podría contestar como Bartleby: preferiría no hacerlo. Creo que me habría aburrido mucho.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Camino, menos de lo que debería, pero estoy haciendo todo lo que puedo.
¿Sabe cocinar?
No muchas cosas, prácticamente nada. Pero soy buen comensal. Si leer es también escribir ¿comer será también cocinar?
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Sin dudarlo a mi abuelita Chela. Su vida y su manera de contar historias merecen ese espacio. Fue una mujer con sus matices de luto y fiesta. Un personaje perfecto para “Selecciones”, que es como conocemos a la revista en Panamá.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Hijo, hija.
¿Y la más peligrosa?
Mentira.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Sí. Pero es mejor dejar pasar la oportunidad. No vale la pena en el fondo. La muerte de otro ser humano, su desgracia, no hará a nadie más feliz, nunca. Si alguien cree que sí, se equivoca, tiene el alma y la razón enfermos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Quiero situarme en un beligerante equilibrio. Citando al Eclesiastés: "Bueno es que tomes esto, y también de esto otro no apartes tu mano". Creo que polarizar la discusión política es hacernos como ciudadanos un flaco favor. Mientras nos peleamos radicalizados, otros se llevan el gato al agua. Todo lo positivo y encaminado a llevarnos a una solución de los conflictos es lo que creo y demando.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Cantante de boleros. Como Cheo Feliciano o Danny Rivera, como Sinatra, gente así, con esa voz y apostura. Subir al escenario y cantar… en blanco y negro. Al fondo, ella, mirando extasiada, rendida por las letras, por la interpretación.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Los libros. Me rodeo de ellos, duermo entre ellos (literalmente), los recibo en casa para reseñarlos, los estudio, los compro, los apilo, los echo de menos cuando salgo de casa y no llevo uno y me toca la típica espera inesperada. Leer, que es escribir. Y escribir también.
¿Y sus virtudes?
Mejor que respondan mi mujer y mis hijas. Y mis amigos, los que me leen, los que me critican y hasta los que no quieren ni verme. Serán más precisos en su respuesta.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Mamá llevándome de la mano por la playa, mi hija mayor acercándome al mar que temo, de la mano también, con tres años, mi hija pequeña en la playa saludándome con un año, Marga y yo sentados delante de su mar, la visión de un hombre que anda sobre esas aguas.

T. M.