Hace un año, la editorial Alianza ofrecía a
los amantes de Thomas Bernhard una delicatesen en forma de entrevista que le
hiciera un amigo escritor, Peter Hamm, en 1977 en casa del escritor, en la
localidad austriaca de Ohlsdorf. A ese título, «¿Le gusta ser malvado?», que se
había quedado arrinconado durante cuarenta años por un proyecto malogrado al no
tener el beneplácito del propio autor en su momento, ahora se le suman estos
«Discursos, cartas de lector, entrevistas, artículos», como reza el subtítulo.
Los ha traducido Miguel Sáenz a partir del trabajo de busca y recuperación de
una serie de «textos públicos» dispersos en revistas, antologías y periódicos,
a cargo de Wolfram Bayer, Raimund Fellinger y Martin Huber.
El libro, pese a su apariencia menor,
secundaria si se quiere al lado de las obras de un autor ya de culto, tiene sin
embargo la huella, el aire, la luz de lo que tendría que ser un faro para las
nuevas generaciones de escritores. En una actualidad literaria donde escasea la
autoexigencia estética y filosófica, y la autopropaganda está a la orden del
día, encontrarse con un escéptico, cuestionador de la vida y la sociedad, leal
a sus ideas y, sobre todo, siempre intenso, siempre atrevido y punzante, es
todo un ejemplo a seguir. «El riesgo del fracaso me parece un estimulante
esencial», dice en una de las entrevistas, donde reconoce escribir por "el gusto por el juego". Hoy este fracaso o la muerte inherente en
todos nuestros actos son tabúes en el mundo del éxito rápido y el optimismo
impostado; ante ellos, Bernhard prefiere dimensionar, espiritualizar el paso
humano por la tierra: «Estoy convencido de que cada criatura soporta el peso de
la Humanidad entera. Sólo la forma en que cada individuo se las arregla con
ella hace que se diferencie».
Esta visión, entre
descarnada y esperanzadora, coherente a lo largo de los treinta y cinco años
que comprenden estos textos (sobre Salzburgo, la querella que le puso un
crítico literario, el teatro, la poesía, sus abuelos...), iluminará nuestras
conciencias. Manifestará, a través de cartas abiertas o mini conferencias, lo
que representa preguntarse por la Verdad, en mayúsculas. En su caso, por su
amor-odio hacia Austria –«La clave de todo lo que escribo»–, por su amor de
toda la vida a una mujer que murió y de la que dice haber aprendido todo, por
su ánimo de provocar. «De otro modo, ¿dónde estaría el placer
de escribir?».
Publicado en La Razón, 16-X-2014