En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Butazzoni.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
El
Universo, sin duda. ¡Ja! Me parece que en esta fui más inteligente que Truman
Capote… Creo que el Universo siempre sería un lugar adecuado en caso de no
poder salir de allí. Más allá de la broma, ocurre que yo me siento un electrón:
puedo ser y no ser al mismo tiempo, estar en dos lugares a la vez, ser inocuo y
catastrófico… Me muevo más rápido que un agente literario en Frankfurt.
¿Prefiere los animales a la gente?
Las
computadoras, que vienen a ser un híbrido entre la gente, los animales y el
mundo mineral. Las computadoras son más económicas que las personas y menos
complicadas que las mascotas. No hay que vacunarlas ni llevarlas de paseo. Aunque
aclaro que también me gustan las vacas… a la parrilla.
¿Es usted cruel?
Sí, mucho.
Mi crueldad no tiene límites, aunque la ejerzo solamente conmigo mismo. Soy un
gran admirador de la teoría económica de Freud, ese viejo loco. Además, la
crueldad con los otros no tiene gracia salvo en tonteras como Criminal Minds. Esa crueldad para con los
demás se la dejo a los políticos profesionales, que son capaces de encontrarle
el gusto a casi cualquier cosa.
¿Tiene muchos amigos?
Dos. Será porque no
uso Facebook.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
No busco en ellos
cualidades, sino sentimientos verdaderos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No espero nada de
ellos. Ellos no esperan nada de mí. No hay decepción posible.
¿Es usted una persona sincera?
¡Dios me
libre de ello! Procuro ser honesto, que es otra cosa. Para empezar, la
sinceridad es asunto de lenguajes. Los más grandes hijos de puta de la historia
han sido casi siempre hijos de las circunstancias: sinceros y austeros. Una
excepción tal vez sea Pinochet, que no fue sincero ni consigo mismo y que además
cultivaba una austeridad falsa al tiempo que amasaba millones por debajo de la
mesa… Digo que es una excepción porque él sin duda califica en esa categoría
filosófica, la de los hijos de puta. Baltasar Garzón se hizo héroe con eso.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Bueno, para que mi
tiempo libre sea tal, justamente no debo ocuparlo… Ahora, siguiendo con la
lógica semántica de la pregunta, diré que hago muchas cosas que no forman parte
de ningún trabajo, y que me encantan. Pasear por la orilla del mar en Cuchilla
Alta, en la costa uruguaya, es una de esas cosas que me reconcilian con Dios.
La historia humana es igual que ese discurrir de olas. “La mer, la mer, toujurs recomencée”. Ojo: no es que me haga el
culto (“no quiero demostrar una erudición
que no poseo”, diría Papá Hemingway), pero Valéry me suena tan suave como
esas olas. Además leo mucho, pero eso ya forma parte del trabajo, así que no es
tiempo libre. Leer a Murakami, por ejemplo, es todo un trabajito… Aunque en
realidad yo no leo a Murakami sino a su traductor al español. Así que no sé a
quién cargarle la culpa. ¿En qué estaba?
¿Qué le da más miedo?
El
progresivo deterioro moral de nuestra especie. O más bien: la velocidad a la
que acontece dicho deterioro.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Las expresiones
concretas de ese deterioro: la frivolidad, la estupidez, los discursos dobles
como los de Obama, o triples como los de Cristina Kirchner, o cuádruples como
los de Nicolás Maduro o Vladimir Putin, ese pequeño zar posmoderno que quiere
meterse algunos países en el bolsillo. También está Evo Morales y el asunto
aquel de los homosexuales y los pollos, aunque mejor la dejo aquí, porque creo
que en esa zona de la izquierda el horno no está para pollos. Me escandaliza el
antisemitismo imperante en buena parte de la intelectualidad progresista. Esa
categoría de “intelectualidad progresista” también es de escándalo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
Supongo
que estaría muerto desde hace algún tiempo. La literatura me ha salvado la
vida. La literatura y mi mujer, Lucy, que es la mejor literatura del mundo.
Pero ya se sabe: “Quien gane
su vida la perderá, y quien pierda su vida la ganará”. Nunca
entendí del todo ese pasaje del Evangelio, pero aquí aplica.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Bueno, soy
un lector bastante enérgico. ¿Eso cuenta?
¿Sabe cocinar?
Oh, sí. Soy muy
bueno con la parrilla. Mi bife angosto es famoso en todo el Río de la Plata.
Muchos poetas de distintos países, en especial argentinos, se han inspirado
gratis con mis carnes a las brasas. Narradores no tanto… Es que los narradores,
sobre todos los novelistas, somos unos ingratos.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si el Reader’s Digest me encargara escribir un
artículo creo que me suicidaría, así que nunca escribiría nada para esa revista
de mierda.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esto que
voy a responder es un homenaje a Capote y, pese a todo, a la especie humana.
Creo que esa palabra es: “anhelo”.
¿Y la más peligrosa?
Cállate.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Ocurre, y
lo digo con llaneza (que rima con tristeza) que en mi juventud yo combatí en
una guerra. Y el hecho es que cuando uno dispara una ráfaga de ametralladora en
la noche, hacia la oscuridad de una trinchera enemiga, te aseguro que no lo
hace para amedrentar a nadie, sino para matar. Por razones obvias, prefiero no
abundar en el punto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un
liberal de izquierda, si es que eso todavía existe. Antes era más izquierdista
que liberal. Ahora creo que tengo un equilibrio tal que a veces me da vértigo…
Eso me ha generado muchas enemistades y ningún consuelo, excepto la paz con mi
propia conciencia. Hay gente que por distintos motivos se ha quedado anclada en
el pasado: en las consignas, en las valoraciones y hasta en la estética del
pasado. Eso es una negación patética de la dialéctica, y del simple decurso de
la vida social. El mundo de hoy no tiene casi nada en común con el de hace
treinta años. Sin embargo, una parte de la izquierda está empantanada en aquel
pasado. Cuando leo algunas cosas que se escriben sobre Venezuela o sobre Cuba,
me pongo bizco. Es como si Groucho Marx dialogara con el papa Wojtyla. Claro
que eso también pasa en la derecha, en todo el mundo: ahí tenemos a Mariano
Rajoy, que es una especie de Margaret Thatcher con barba.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Árbol.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creer en
el Hombre, en el amor, en la solidaridad humana, en el futuro. Pese a todo,
creer. He intentado dejar esos vicios, pero el síndrome de abstinencia es
espantoso. Recaigo una y otra y otra vez.
¿Y sus virtudes?
Esta pregunta es
fácil. La fórmula me la dio un señor a quien conocí hace años: “Sólo mi
humildad supera a mi grandeza”.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Una imagen: las
branquias de Kevin Kostner en aquella película marítima… No recuerdo el nombre
del film, pero era tan malo que era bueno. Ahí tengo otra opción: un plan B si
me estuviera ahogando sería tratar de acordarme del nombre de esa peli. Seguro
que a flote no saldría, pero todo no se puede.
T. M.