lunes, 27 de octubre de 2014

Ramiro Pinilla: sangre vasca



Ha muerto el hombre de los «verdes valles», las «colinas rojas»: las palabras con las que tituló una trilogía que causó sensación en su momento, justo hace diez octubres, y lo situó, o mejor dicho, lo resituó en la narrativa española moderna de forma destacada. Ramiro Pinilla (nacido en Bilbao en 1923 y muerto ayer a los 91 años en Getxo), se había mantenido décadas apartado del mundillo editorial más relevante, tras ganar el premio Nadal y el de la Crítica por «Las ciegas hormigas» (1961) y resultar finalista del Planeta en 1972 por «Seno». Una vida dedicada a la literatura alternada con empleos que inequívocamente le conducían a problemas económicos, ya fuera en la marina mercante, en una fábrica de gas o emprendiendo un negocio de pollos.

Pinilla rompió su aparente silencio de forma contundente con el primer volumen de la trilogía, «La tierra convulsa», al que le seguirían «Los cuerpos desnudos» y «Las cenizas del hierro», que había tardado dieciocho años en redactar. Hasta aquel momento, los expertos en historia de la literatura le citaban de pasada cuando aludían a la corriente renovadora de la narrativa española en los años sesenta. En todo caso, el escritor había seguido publicando, pero en la editorial que fundara con un socio, Libropueblo, cuyos libros vendían por las calles de Getxo a precio de coste.

Y es justamente esta ciudad en la que había ubicado la acción de algunos de sus cuentos y de las novelas «Andanzas de Txiki Baskardo» (1979) y «Quince años» (1990) el lugar que Pinilla elevaba a categoría épica, bebiendo de sus influencias básicas: Faulkner y García Márquez. Así, el primer volumen de «Verdes valles, colinas rojas» constituía la sublimación de la historia vasca desde finales del siglo XIX, con una estructura clásica de dos familias enfrentadas. En sus miles de páginas, recreaba tanto el País Vasco en torno al año 1900 como desde la perspectiva de la posguerra.

Una doble mirada política que enfatizaba una vertiente «verdadera» y la que la memoria colectiva había creado, pues «cada generación tiene la certeza de ser frontera entre el fin de algo y el principio de otra cosa», como decía un personaje; se historiaba así la ciudad de Getxo, que había separado al vasco de la tierra por culpa de la industrialización. El mejor Pinilla se encuentra en esas historias de largo aliento, pero también destacó en novelas de extensión estándar, como «Aquella edad inolvidable» (2012), protagonizada por un héroe deportivo que, después de un gol decisivo en la Copa del Rey de 1943 con el Athletic de Bilbao, sufría una lesión que lo sacaba del terreno de juego y lo devolvía a una realidad desquiciante: trabajar de ensobrador de cromos en los que él mismo salía fotografiado.

Asimismo, también practicaría la prosa corta: aquellos conflictos de las dos familias en «La tierra convulsa» tuvo algunos de sus primeros retazos en los dos libros de relatos que se reunieron en «Los cuentos» (2011), publicados en 1975 y 1977, donde abordaba otra de sus preocupaciones: la guerra civil española. Se iba recuperando de este modo una obra prolífica y anclada en los valles, en las colinas de su entorno amado que, últimamente, pisaba su personaje detectivesco Samuel Esparta, librero en Getxo, que protagoniza su último libro, «Cadáveres en la playa» que felizmente el autor tuvo tiempo de ver preparado pero que, ya póstumo, se adentra esta semana en las librerías.

Publicado en La Razón, 24-X-2014