El día menos pensado, un inocente paseo o
entrar en una tienda azarosamente, como ha reproducido el cine y la literatura
en multitud de ocasiones, puede ser la vía para un descubrimiento que te
cambiará la vida o hará que la dediques a algo nuevo y subyugante. Algo así le
ocurrió a Maite Zubiaurre, catedrática de literatura española y alemana
modernas en la Universidad de California, Los Ángeles (UCLA), cuando en pleno
casco viejo de Madrid, una tarde de verano tras salir de un restaurante, se
fijó en una tienda de antigüedades especializada en mapas y globos terráqueos.
Ya en el interior, su curiosidad aumentó al ver un cartel que decía: “No se
vende”. Se trataba de un álbum de fotos muy grande de la Familia Real, como
Alfonso XIII e Isabel II. “Pero muy pronto, y de forma súbita –explica en una
nota preliminar la autora–, la pompa monárquica y fotografiada daba paso a una
mujer desnuda detrás de otra. El álbum albergaba una riquísima y sabrosa
colección de postales eróticas, y el tono de estas iba subiendo”. El álbum
acababa de nuevo con reyes, reinas, príncipes y princesas, pero en medio
abundaban «las “fellatio”, los “cunnilingus”, los “ménage a trois”, cuando no a
cuatro y a cinco y a seis, y muchos primeros planos, de un grafismo
ginecológico y carniceril, de piernas muy abiertas y de órganos genitales
dilatados, erectos y a la intemperie».
Aquel fue el punto de partida para un
proyecto de libro que Zubiaurre concibió más allá del papel, organizando, bajo
el auspicio de UCLA, un archivo cibernético que está a disposición de todo el mundo
en la página web sicalipsis.humnet.ucla.edu y al que está invitado a colaborar todo aquel que
desee enviar material gráfico de esa naturaleza. Y es que esa fue precisamente
la intención de la estudiosa: “Restituir las páginas sicalípticas y, a cambio,
guillotinar aquellas que se adornan con la aparatosidad reaccionaria de reyes y
reinas”. El resultado de su impresionante investigación, que le ha llevado a
docenas de bibliotecas, museos, anticuarios, universidades o colecciones
privadas tanto en España como Estados Unidos, en busca del “patrimonio erótico
de la Península Ibérica”, fue este libro primero editado en inglés, en el año
2012, por Vanderbilt University Press (en Nashville), y ahora traducido por
ella misma para Cátedra, editorial sensible a volúmenes que aúnan cultura
popular en torno al sexo y erudición investigativa, como en el caso de otra
editorial afín del grupo, Anaya, en la que el año pasado apareció una divertida
“Crónica general del sexo oral”, del sociólogo Miguel Ángel Almodóvar.
En la introducción, Zubiaurre, cuyo periodo
de interés comprende desde la pérdidas de las colonias con el “Desastre del 98”
y la Guerra Civil Española, lo que vendría también a ser, a efectos literarios,
la llamada Edad de Plata de nuestras letras (de 1898 a 1936), no atenderá
explícitamente las dos Españas clásicas que iban cuajando en el primer tercio
de siglo XX; esto es, la “España liberal, anticlerical y europeísta, y una
España conservadora, católica y nacionalista”. Es otro tipo de división: entre
«una España “visible” y dominada por la alta cultura, que es la que han
recogido tradicionalmente los libros de historia, y una España llamémosla
“fantasmal” y ninguneada por la historiografía cultural, en la que encuentra
cabida la cultura de masas y, dentro de esta, su rica producción erótica». Una
producción en la que se borró cualquier atisbo de procedencia ideológica
preponderante, pues tanto la derecha como la izquierda contribuyeron a la hora
de producirla y consumirla, añade Zubiaurre. De modo que el volumen consigue
analizar “una” España común, o una tercera posible a la busca de aceptar
erotismo foráneo y promover la tecnología a esos fines.
De este modo, la autora estudia las imágenes
basadas en artefactos “tecnoeróticos”, como la bicicleta y la máquina de
escribir, que convierten a la mujer en objeto de deseo dentro de una modernidad
sensual, oficinesca, cotidiana; examina la desinhibición mediante el auge de la
novela corta erótica y de las revistas picantes, como las publicaciones
nudistas; echa un vistazo al mundo del cine, apoyado por Alfonso XIII cuando se
trataba de cortometrajes pornográficos; no se olvida de la “fiebre erótica”
promovida en espectáculos de variedades ni de la influencia del pensamiento de
Freud y de los tratados de sexología e higiene sexual que empezaron a
proliferar… En suma, la autora extrae todos estos elementos de la
clandestinidad, lamentando asimismo que España no cuente con archivos eróticos
“legales” como sí sucede en instituciones de Londres y París, y que el concepto
de cultura haya sido tan pacato a la hora de eliminar todo rastro de
“manifestaciones artísticas y culturales del amor carnal”. Una carencia que, si
bien obstaculizó el rastreo de imágenes, fue compensada, durante más de diez
años, por la reunión de una ingente cantidad de documentación erótica que busca
destruir viejos tabúes.
Publicado en
La Razón, 12-XI-2014