Foto: ¿se ve en el letrero, rumbo a Filadelfia:
Walt Whitman Bridge?
Whitman, siempre Walt Whitman, como esas
presencias que surgen, se quedan, calan, que no les hace falta reaparecer
porque de algún modo siempre están.
Whitman y su voz en los libros, da igual cuáles, siempre su eco en lo que ha
sido y es uno. El Whitman de una edición increíblemente simple pero
maravillosa, que costó cuatro duros en la época en que se vivía en un todo a cien perpetuo. El Whitman de sus
poemas bélicos, leídos para la
escritura de un libreto de ópera sobre una temática de guerra contemporánea. El
Whitman de aquel viernes solitario –casa vaciada recientemente– que parecía no
tener fin y que fue salvado por una huida por la ciudad, por el hallazgo de un
tomo negro, completísimo y por tanto infinito, que simbólicamente iba a salvar
todos esos días del futuro en el que no cupiera la compañía.
Y antes el Whitman de Canto de mí mismo con la traducción y el
prólogo de Borges. Y antes una Poesía
completa en dos volúmenes de una editorial de gusto exquisito pero apenas
conocida, ya una rareza en mis estantes. Más el Whitman citado en las crónicas
viajeras a Nueva York publicadas en Escenas de la catástrofe, y el Whitman que convoco en la introducción de La pasión incontenible. Éxito y rabia en la narrativa norteamericana, y el Whitman que saco a relucir en el texto inicial de La resistencia del ideal. Ensayos literarios 1993-2013. Más el Whitman al que seguí el rastro en Brooklyn
y que tuvo reflejo en un artículo para El País…
A todos esos Whitman “míos”, se añaden
otros que, sin conocerlos de cerca aún, también ya son parte de mí, de mi
instinto, interés y admiración; proceden de dos poetas y traductores excelsos:
Antonio Rivero Taravillo, tantas veces aparecido en este blog, y Eduardo Moga, quien,
al igual que su colega, también contestó la entrevista capotiana. Rivero firmó hace
pocos meses la traducción de La extensión de mi cuerpo (Nórdica Libros), con una selección de veintiséis poemas del autor
más democrático. Y ya mismo, Moga presenta su mastodóntico esfuerzo al que no podemos
más que rendir pleitesía: Hojas de hierba
(Galaxia Gutenberg), poesía con su prosa, nada menos que 1.500 páginas en
edición bilingüe que uno ya desea acariciar, sentir en el paso del tiempo desde
aquella edición juvenil. Un Whitman, pues, a modo de aperitivo, acompañado además
de ilustraciones, y otro de comida opípara; para una digestión rumiante, felizmente
interminable, pues el fin de la lectura se nutrirá del inicio en un ciclo para
y por siempre.