domingo, 7 de diciembre de 2014

El atlas de Julio Verne

Julio Verne sigue viajando, llevándonos alrededor del mundo. Hace poco, la editorial Erasmus ofrecía «El ácrata de la Magallania», una de las doce novelas que dejó el autor de Nantes al morir y que su hijo Michel publicaría con todo tipo de correcciones cuatro años más tarde, en 1909. Al texto original, compuesto de dieciséis capítulos, Michel añadiría veinte y eliminaría cinco, además de inventarse personajes. El trabajo de su progenitor, siempre con la fórmula de estudiar libros de viajes antes de emprender su siguiente reto narrativo-aventurero, en este caso a la Patagonia y el cabo de Hornos, quedaba maltrecho póstumamente. Pierre-Jules Hetzel, editor de libros religiosos y aficionado a la ciencia y la historia, un hombre sin escrúpulos con tal de enriquecerse como en el caso aludido, y el estudiante de derecho y dramaturgo Jules Verne habían visto cómo se habían cruzado sus destinos, y con ello el inicio de la ciencia ficción. En 1862, después de fracasar en los teatros parisinos, a los treinta y cuatro años, Verne, sintiendo estar trabajando en un «género nuevo» al inspirarse en revistas como «Le Musée des sciences», pensada para un público profano con curiosidad por los adelantos tecnológicos, visita a ese editor con el manuscrito de «Cinco semanas en globo». Éste lo acepta, ansioso por crear una colección divulgativa para jóvenes, y, presagiando un filón, le propone veinte mil francos durante dos décadas a cambio de dos novelas al año.

Del origen de esa serie que se llamará «Viajes extraordinarios» y que forma parte del imaginario colectivo universal, sabe muchísimo Eduardo Martínez de Pisón. Él, un viajero y montañero empedernido, que preparó para Fórcola «Claudius Bombarnac, corresponsal de “El Siglo XX”», comparación de la Ruta de la Seda con el itinerario establecido por Verne en esa novela, estudia al narrador viajero más sedentario: al que escribió a destajo en un hogar sin amor matrimonial, sufriendo diabetes, úlceras, desmayos, parálisis faciales y pérdida de vista y oído. Dice De Pisón que se trata de la geografía que más se ha leído en todo el mundo, de modo que se propuso «abordar su original tratamiento de la relación entre la abundante e influyente base geográfica de sus relatos, unas veces realista y muchas otras fantástica, sin miedo a su mezcla, y las aventuras que en tales terrenos se despliegan», analizando, además, el «sistema de mapas novelescos de Verne, el atlas inventado o su planeta literario; y finalmente, separando por temas geográficos, sus viajes extraordinarios, crónicas y lugares imaginarios». El vallisoletano ha indagado en cómo Verne vio el potencial que tendrían la mecánica y la física gracias a sus horas en la Biblioteca Nacional, leyendo libros sobre química, botánica, geología, oceanografía, astronomía...

Ese maremágnum de lecturas se transformará en su célebre lema: «Todo lo que una persona pueda imaginar, otros podrán hacerlo realidad». El autor arroja luz a ese proceso siguiendo «los pasos de los viajes extraordinarios por polos, mares, islas, montañas, cavernas, volcanes, ríos, bosques, estepas, ciudades, caminos, el aire, la luna, los cometas y el futuro». El libro empieza centrándose en el viaje de «César Cascabel», en el que Verne coloca en manos del hijo del protagonista un atlas, y muestra la importancia de la tradición del libro de viajes. De hecho, sería digna de ver la biblioteca de Verne, con volúmenes de sociedades geográficas y publicaciones sobre viajes. El investigador ha buscado esas fuentes para concluir que la geografía «despliega sus fuerzas en el escenario de la aventura» en cada novela. Es más, «muchas veces esta peripecia no sería nada sin aquélla, como ocurre con los navegantes árticos de la “Invernada entre los hielos”». Lidenbrock se enfrentará a las fauces de un volcán, los hijos del capitán Grant a vientos huracanados, Nemo a los misterios submarinos, Strogoff a la temperatura siberiana. La tesis del autor es que la obra de Verne sin esa geografía no es nada. Como indica, una novela como «Cinco semanas en globo» se abre y cierra en la Real Sociedad Geográfica de Londres. «El lector de Verne acumula conocimientos, vive paisajes por todo el mundo, se hace aventurero, disfruta, se emociona entretenido y, además, aprende calidades socioculturales y modos de comportamiento tácitamente valorados por el escritor».

Al adentrarse en el mundo cartográfico de Verne, De Pisón examina con pasión el Ártico, la Antártida y los paisajes polares en obras como «La esfinge de los hielos» o «El país de las pieles». Y lo mismo hará con el mar en general y el Nautilus en particular; con las islas y sus náufragos, como en «La isla misteriosa» o «Dos años de vacaciones»; y con montañas y cavernas. Pero tal vez nada supere la relación entre estudio geográfico y fantasía como en «Viaje al centro de la tierra», donde se extienden los «conductos, salas, mares, ríos, volcanes, un mundo subterráneo especialmente complejo por lo variado, novelesco por excelencia en reunión de simpatía y aventura de todos los mitos y de todas las quimeras, de todos los sueños de los sabios y los exploradores». Un volcán éste: el de la literatura viajera de Verne, en permanente erupción lectora.


Publicado en La Razón, 4-XII-2014