Se fue el 7 de enero, a los 84 años: el
apuesto y elegante Rod Taylor, el viajero en el tiempo de la maravillosa
película de 1960 que descubrí en la infancia y aún hoy está entre lo más
entrañable, mágico y vigente de mi educación sentimental-audiovisual. El tiempo en sus manos supera a la
novela original, me atrevería a decir, a La
máquina del tiempo de H. G. Wells; vería la película cien veces, la tengo
que ver estos días por enésima vez para darle homenaje al actor australiano y
al tiempo compartido juntos –y
desearle buena suerte allá donde esté, tal vez en otro viaje al pasado o al
futuro en el que liberar a una doncella de los Morlocks y despertar una civilización
anestesiada–, pero tuve bastante con leer la novela una sola vez.