domingo, 18 de enero de 2015

Entrevista capotiana a Manuel J. Santayana

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Manuel J. Santayana.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? 
No vacilaría en elegir mi propia casa (de ser ella como la sueño y sobre todo si residiera en una ciudad conocida y querida: Madrid, París, Lisboa o Florencia. Me bastaría recordar o imaginar lo que me rodea, que me lo devolvieran mis recuerdos, mis visitantes y mi biblioteca personal. Pero la necesidad suele imponerse a los deseos y a los sueños.
¿Prefiere los animales a la gente?
No. La única razón de peso que puedo dar en defensa de mi respuesta es que me gusta demasiado conversar. Prefiero el diálogo al monólogo, como D’Ors, aunque mi locuacidad sugiera lo contrario.
¿Es usted cruel?
Puedo serlo, pero solamente si me provocan. Mi naturaleza es conciliadora.
¿Tiene muchos amigos?
Creo haber gozado de la simpatía de muchas personas y haberla reciprocado. Pero la amistad (Montaigne lo sabía) es otra cosa. Amigos reales, tengo pocos. No creo que nadie pueda jactarse de un gran número de ellos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Cuando la amistad nace y crece, no necesito buscar nada. Pero siempre gozo de hallar inteligencia, imaginación y compasión y una comunidad de gustos y temas esenciales que haga posible el diálogo permanente. ¿Hay amistad sin diálogo?
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Por lo general, no. Y espero que lo mismo les suceda a ellos conmigo. Por desgracia nadie está a salvo de malos entendidos y de situaciones pasajeras que pueden entibiar o enfriar una relación valiosa. Lamento varios casos todavía.
¿Es usted una persona sincera? 
No podría respirar en un ambiente de simulación total; pero prefiero, como cierto personaje de Casona, “una mentira que salva a una verdad que destruye”. Además, ¿quién tiene el monopolio de la honestidad o la verdad?
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Casi siempre, la conversación fraternal, la lectura y la música suelen hacerme la más encantadora compañía. (Con un texto apasionante y música de cámara no conozco la soledad). Pero no desdeño un buen paseo o una película estimulante.
¿Qué le da más miedo?
Me atemorizan las catástrofes personales y colectivas que me puedan encontrar indefenso. Temo mucho también las multitudes galvanizadas por el fanatismo o cualquier agente catalizador de la bestialidad humana.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Ya la palabra “escándalo” me parece anticuada, y espero que no sea por cinismo o por amoralidad. Pero muchas cosas me irritan y me causan indignación.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No lo puedo imaginar. Hubiera sido triste resignarse (también) a un destino sin vocación, sin llamado, de trabajar en cualquier cosa, mirar el fútbol y beber cerveza. Muchos parecen vivir conformes con ese destino, sin embargo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Lo he practicado con éxito de ánimo y de salud física; pero soy sedentario por naturaleza; y la cabra siempre tira al monte.
¿Sabe cocinar?
Puedo hacer cosas muy básicas: freír un huevo, cocer una carne, preparar una pasta, un bocadillo… no soy chef, ni siquiera aficionado. Pero con algo sencillo que preparar no moriré de inanición.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
He conocido varios de esos personajes; mis padres los primeros. Elegir uno me resultaría muy difícil. Bueno, por lo menos, lo es en este preciso momento.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Esa misma: esperanza. Precisamente porque esa vivencia no necesita de nada inmediatamente previsible para manifestarse. Su riqueza de sentido filosófico, teológico, o sencillamente personal, es inagotable.
¿Y la más peligrosa?
“Justicia”. Y también “libertad”: en su nombre se han cometido (y esto no ha cesado) los peores atropellos. No pienso solo en la política, donde las consecuencias son más graves, claro, sino en las artes. Es mucho más fácil destruir en nombre de la “libertad” de formas y doctrinas que concebir y dar vida a un orden compatible con la aventura creadora (Apollinaire).
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No, por fortuna. Conozco la furia, sé qué es “ver rojo”, pero nunca he llegado a tal extremo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Estoy en los antípodas del zoon politikón. Mi modesta reflexión histórica me ha hecho desconfiar del altruismo político. Utópico es quizá soñar una democracia social eficaz, sin expansionismo a la fuerza ni corrupción. Pero, sin los horrores de nuestro mundo: ¿habría literatura o pensamiento? El mal es un reto del que pueden nacer grandes cosas: en espíritus éticos, por ejemplo, la crítica.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Matemático, por un golpe de péndulo. Sentí que no era un minusválido intelectual al leer la confesión de Francisco Ayala, polígrafo, traductor, sociólogo: “para los números soy negado”. O, mejor, quizá, la criatura afortunada del poema de Juan Ramón Jiménez.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La lectura (poesía, ensayo, narrativa), la traducción de poesía y de prosa artística… y otros que me reservo.
¿Y sus virtudes?
Prefiero que otros las señalen. Por aquello de mi adhesión al diálogo y por creer que solo en los otros nos completamos.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Ignoro ese esquema, lo confieso apenado; quizá trataría de aferrarme a un rostro, un árbol, unas palabras que haya amado mucho.

T. M.