lunes, 23 de febrero de 2015

Entrevista capotiana a Enrique Zumalabe Ramblado


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Enrique Zumalabe Ramblado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
En esto voy a ser muy convencional: elegiría el salón de mi casa. No puedo decir que en él esté todo lo que necesito, pero, si pudiera elegir el lugar para un encierro, sería probablemente el de mayor poder ansiolítico.
¿Prefiere los animales a la gente?
No, por supuesto que no. De hecho, no consigo entender la postura moral de aquellos que dicen preferir los animales antes que las personas. Creo que el “activismo animalista” en las redes sociales peca, en muchos casos, de excesivo y cansino y es posible que, por ello, mi opinión sea, en la actualidad, más rígida, aunque entiendo el amor a los animales y la necesidad de reconocerles unos derechos.
¿Es usted cruel?
Tengo pensamientos crueles, puedo llegar a tener deseos crueles con quienes pretenden perjudicarme o, simplemente, no se comportan del modo que yo considero ético. Sin embargo, estoy bastante incapacitado para la acción ante conflictos, vendettas y afrentas. Casi siempre, la compasión o el remordimiento me ganan la batalla mental de forma anticipada.
¿Tiene muchos amigos?
Quiero pensar que sí, aunque en ciertos momentos me asalte la sospecha de que no son tantos ni tan atentos como quisiera.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Sinceridad, complicidad, empatía, lealtad, memoria... Supongo que lo que todo el mundo busca.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Lamento contestar que sí, que mis amigos me decepcionan alguna que otra vez, más de lo que quisiera. En cualquier caso, mi rencor hacia ellos, cuando se genera, es extremadamente volátil.
¿Es usted una persona sincera?
Trato de ser sincero y lo soy hasta el límite que establecen la convivencia social y la buena educación. Hay verdades completamente innecesarias, superficiales, hirientes, relativas. La vida es lo suficientemente complicada como para andar enredándola con excesos de sinceridad.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Mis ratos libres los gasto en libros, cuaderno, cine, actividad física y bares (sigo siendo un entusiasta de los bares).
¿Qué le da más miedo?
La enfermedad, el olvido, la muerte. Creo que todos los miedos pueden resumirse en la palabra muerte.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
En los tiempos que corren, me escandalizan muchas cosas: la inconsistencia moral, la neutralidad con la que se habla de la crisis y la pobreza, la hipocresía de los discursos oficiales, el desmantelamiento de toda red de asistencia social, la falaz frase “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades” y un innumerable catálogo de realidades que desbordaría el propósito de esta entrevista.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
No puedo contestar a esta pregunta desde un punto de vista profesional porque no me dedico a la literatura. Mi actividad literaria está ligada a mi tiempo de ocio y, desde esa óptica, puedo decir que, si no hubiera decidido escribir, sería otro,  tendría una vida distinta. En tal caso, es posible que hubiera sido un parroquiano de alguna taberna, de los más fieles, de los que profesan la asistencia diaria.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí. No sabría decir si se trata de una obligación o de una adicción, porque casi lo necesito. Me gusta caminar y, además, tengo una bicicleta estática que me ayuda a sobrellevar el remordimiento ante las inclemencias del tiempo y las prisas del día a día.
¿Sabe cocinar?
Según he oído decir a la gente que me rodea, parece ser que sí, que algo sé al respecto. Me gusta cocinar y me gusta comer. Creo que hay pocas actividades tan satisfactorias.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A don José Antero, un honrado dependiente de comercio que me enseñó casi todo lo que sé sobre la ética en el trabajo, sobre el fútbol y sobre las barras de los bares.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Aprendizaje.
¿Y la más peligrosa?
Demagogia.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Aquel que lo niegue, solamente se engaña a sí mismo.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Trato de huir de las etiquetas. Definiría mi ideología como cercana a los que sufren.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Además de parroquiano de una taberna como ya apunté más arriba, no estaría nada mal ser el presentador de “Andaluces por el mundo” o “Un país para comérselo”. Cualquiera de los dos me viene bien.
¿Cuáles son sus vicios principales?
El café, los libros, la gastronomía y el vino. El orden de preferencia varía con el estado de ánimo.
¿Y sus virtudes?
Trato bien a la gente y evito, a toda costa, causar problemas y molestias. No sé qué falta o qué sobra. Me cuesta identificar mis virtudes.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Supongo que el miedo serían incapacitante hasta el punto de no poder pensar con claridad, pero, aun así, recordaría con rabia los errores más tontos que he cometido, pensaría con tristeza en todas las cosas que he dejado  por hacer, trataría de negarme a mí mismo la evidencia enérgicamente. Simplemente pensar en ello me produce cierta angustia.
T. M.