En
1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía
que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se
entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que
sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora,
extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la
que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Jorge Castañeda.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Preferiría
sin lugar a dudas vivir en Valcheta, el pueblo de mis padres. Pintoresco,
hospitalario, de serenas mansedumbres es llamado con justeza “el oasis de la
Región Sur de la provincia de Río Negro”. Sus alamedas llevo en el alma. Las
aguas del arroyo de nombre homónimo corren bajando de los manantiales de la
meseta de Somuncurá (piedra que habla, en mapuche) hasta las salinas ardientes
del Bajo del Gualicho, donde según los viejos mitos mora el Maligno. Desde
alguno de los puentes con el sol casi evanescente las veo pasar y con ellas
converso mientras bandadas de loros regresan parlanchinas y me saludan.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a
la gente buena donde el cariño y los afectos son recíprocos, pero también amo a
los animales. He tenido varios perros y mantenido con ellos una relación
entrañable. Mis hijos se han criado con uno y hemos sufrido mucho cuando
tuvimos que darle cristiana sepultura en el patio de la casa. Una pequeña
lápida de lajas recuerda a “Laika”, nuestra fiel compañera. También he tenido
una gata por largos años y hoy han proliferado varios de sus congéneres que
alimento diariamente. Hasta una gallina muy entendida que entraba cacareando a la
cocina para avisar que había puesto un huevo y un palomo confianzudo que se
paseaba muy orondo de la cocina al comedor. ¡Qué maravilla!
¿Es usted cruel?
Yo creo
que no soy cruel. Pero, ¿Somos cada uno de nosotros como pensamos que somos? Me
acuerdo de “Saverio el cruel” de Roberto Arlt, del conde Vlad, “el
empalador”, y del Petiso Orejudo, aunque
no creo que haya nadie que llegue hoy a esos casos extremos de crueldad.
Isidoro Blaistein solía decir que adentro de nosotros “ruge un demonio y sonríe
un ángel”. Y tal vez sea así ante determinadas circunstancias extremas. Pero yo
detesto todo tipo de crueldad y no me veo capaz de maltratar a nadie, ya sea
del reino animal o vegetal y aún a la “piedra viva porque esa ya no siente” al
decir de Rubén Darío.
¿Tiene muchos amigos?
Por suerte
tengo muchos amigos, a pesar que el transcurso de los años (la vida pasa como
las Islas Azores, decía Maiacovski) se ha llevado a varios de ellos y uno a los
63 años está cada vez más lleno de ausencias. Algunos están más cercanos y los
llevo en mi corazón. Compartimos la mesa, el pan y el vino y eso tan hermoso
que se llama fraternidad. Otros están desperdigados `por varios países del
mundo y cuando ocasionalmente nos encontramos nos confundimos en un abrazo.
Parafraseando a don Atahualpa Yupanqui puedo decir que “tengo tantos amigos que
no los puedo contar”.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Busco
generalmente tener embonía con ellos. Qué sean de buenas lecturas, amplios para
Arte, diestros en la música, inquietos con los pinceles, pero sobre todo buena
gente. La sinceridad, la bondad y la lealtad son los valores que cimentan una
buena amistad. La canción “A mis amigos” de Alberto Cortéz me emociona. Trato
de corresponder de la misma forma a cada uno de ellos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
He tenido
muy pocas decepciones con quienes creía mis amigos. Pero a veces en la vida
pasan esas cosas donde desconocemos hasta a quién creíamos conocer muy bien; a
lo mejor porque ni nosotros mismos nos conocemos profundamente. Cuando alguno
me ha decepcionado he tratado de olvidar, pero ya nunca esa persona volvió a
ocupar el lugar de preferencia que anteriormente tenía. Tampoco la juzgo. Creo
que en la vida cada cual es responsable ante sí mismo de sus actos, porque como
supo decir Sancho Panza “cada uno es como Dios lo hizo y a veces mucho peor”.
¿Es usted una persona sincera?
Creo ser
una persona sincera. Y donde uno más se desnuda aunque no quiera es en este
oficio de escribir. En la medida de lo posible intento mantener una coherencia
entre lo que digo y lo que hago. Y busco, aunque a veces no lo logre del todo,
decir, no la verdad –que no la tiene nadie- sino mi propia verdad. La Biblia
sentencia que tenemos que ser “sinceros de corazón” y yo trato de cumplir.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
El tiempo
libre me gusta ocuparlo por ejemplo regando las plantas y los árboles de mi
predio; viendo buenas películas, escuchando música, mirando un partido de
fútbol de Boca o de Olimpo de Bahía Blanca, caminando con Irma, mi compañera de
vida, y compartiendo con mis amigos. Las vacaciones las suelo pasar en mi casa
del Balneario Las Grutas donde el mar me cuenta sus cuitas y yo las mías.
Resuelvo crucigramas, me gustan los juegos de cartas y el ajedrez. Leer y
escribir no, porque es mi trabajo, no mi descanso, como cuenta la anécdota
célebre de don Pío Baroja.
¿Qué le da más miedo?
Me da
miedo la enfermedad y la postración del cuerpo, la pérdida de la dignidad, la
cobardía. En mí y en los seres queridos que me acompañan. No le temo en cambio
a la muerte. Es la compañera más leal que tenemos y que la que nos demuestra la
certeza de nuestra finitud, ni tampoco a las sombras ni a la noche. No creo
tener fobias conscientes. A los timoratos, a los inicuos y a los soberbios no
les temo, más bien les huyo por mi propia salud, pero tampoco los odio ni
pierdo el tiempo refutándolos o tratando de cambiarlos.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le
escandalice?
Me
escandaliza la pobreza de ideas, la mojigatería, la maldad y la envidia, que al
decir de Quevedo “va tan flaca y amarilla porque muerde y no come”, el
fanatismo racial, político o religioso, la gente estrecha de pensamiento, los
mesiánicos y la “poca sal en la mollera” de algunos, como decía Cervantes de
Sancho Panza.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida
creativa, ¿qué habría hecho?
No me
imagino hacer otra cosa más que escribir. Es mi pasión y mi oficio. Llevo años
en este maridaje maravilloso con la palabra. Nos respetamos mutuamente. “Los
idiomas nos hacen –decía Valle Inclán- y nosotros hemos de deshacerlos”. Y en
ese intento diario se me va yendo la vida. Pero si hubiera tenido que elegir
otra profesión sería jardinero o profesor. Me gusta enseñar.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
De joven
supe correr maratones y jugar al fútbol. Ahora en cambio me dedico a caminar y
me gustaría mucho volver a andar en bicicleta otra vez, pero no como un deporte
sino como una actividad placentera para mantener en un estado pasable el
cuerpo. En el verano suelo jugar al tejo en la playa.
¿Sabe cocinar?
Me gusta
la coquinaria. Como el bueno de Estebanillo González viviría entre marmitas y
sartenes. Con cierto decoro practico la cocina árabe; soy maestro ensaladero;
aderezo algún pollo al disco, me
considero un asador sin sombrero y amigo con buena mano de salpicones, sopas,
revueltos y como Alonso Quijano hasta de “duelos y quebrantos”. Veo asiduamente
el canal Gourmet.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un
personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
La
pregunta exige una respuesta muy ardua. El gran Alejandro ante el mismo
requerimiento respondió que “si no hubiese sido Alejandro Magno le hubiera
gustado ser Diógenes, el cínico”. Tengo muchas admiraciones por los grandes
hombres de la humanidad y desde que leí como Perón las “Vidas paralelas” de
Plutarco, seguí incorporando arquetipos humanos. Pero salvando las grandes
distancias de la historia y de sus hombres ilustres diría que me gustaría ser
solamente un hombre bueno.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de
esperanza?
La palabra
más llena de esperanza y no es una verdad de Pero Grullo ni una redundancia, es
justamente esperanza. Y para los que tenemos valores espirituales y cristianos
la palabra es Dios.
¿Y la más peligrosa?
La más
peligrosa también es Dios, así lo piensa también mi hija María Elena. La
entrevieron los cabalistas cuando buscaban su Nombre en las “noches de la
judería”; la buscaba Nietzsche cuando enloqueció y Pablo Apóstol de Jesucristo
cuando la “Luz” lo derribó del caballo en un recodo del camino de Jerusalén a
Damasco.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Nunca he
querido matar a nadie. Soy un respetuoso de la sacralidad del hombre. Y ni
siquiera recuerdo algún sueño donde me
vea matando a otra persona. Pero también hay actos impropios que son más
fuertes que las armas de fuego y los puñales. Por eso trato de no herir
impunemente a nadie. No hay derecho de hacerlo en un mundo donde somos todos
hermanos. Los héroes desgarrados de Dostoievski a veces me aterran. ¡Qué nunca
me encuentre en esos subsuelos!
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy
peronista de Perón, hijo de su doctrina, el Justicialismo. No soy ortodoxo y sí
muy crítico, casi diría despiadado hacia los que han rebajado el peronismo a su
propia estatura de enanos. Como Marechal, Scalabrini, Jauretche, Cooke y otros
me gustan más las ideas y los aportes de pensamiento que la Política sectaria y
de aparcería. En mis notas periodísticas de opinión les endilgo sus errores y
sus mezquindades y no les tengo miedo por más poder que tengan.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Ya lo he
dicho anteriormente: me gustaría ser un jardinero. Tengo alma de labriego. Y
que después de una jornada de sol a sol entre aladrería dispersa y plantas me
esperara el abrigo de la taberna y el solaz de la familia en la casa paterna.
Seguramente dormiría como un bendito sin replantearme tanto las incógnitas de
la vida y no hacerme malasangre por bagatelas sin importancia.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Hace
muchos años he dejado de fumar. Fui un gran fumador, pero un buen día le dije
adiós al humo y a los pitillos. En mi biblioteca escritorio aún tengo dos
cachimbas y varios ceniceros y también una caja de habanos Cohíba. Pero no me
molesta que otros fumen en mi presencia. Más que vicios diría que tengo muchos
defectos de los cuales todos los días me lamento y pido perdón. Haber levantado
un poco la voz, haber pensado mal sobre alguien, ser mezquino para dar la razón
cuando es evidente que el otro la tiene, haber dicho mentiras blancas o
piadosas o caído en el pecado de la omisión, en fin, el lugar común.
¿Y sus virtudes?
No soy yo
quien deba definir sus virtudes: tal vez ser marido de una sola mujer; ser un
buen padre; tener el corazón abierto a la amistad; ser hospitalario; ser
paciente; dar buenos frutos; perseverar con la escritura; buscar siempre las
viejas utopías y en especial creer en el hombre y su destino.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del
esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si me
estuviera ahogando –y otra vez caigo en el lugar común- me pasarían por la
cabeza en el plazo de unos breves segundos como en una película todos los
instantes decisivos de mi vida. Y seguramente vería el rostro de mi padre y de
mi madre (siempre retornamos a ellos), el de Irma y el de mis hijos. Si el
tiempo se pudiera comprimir como le pasaba al personaje del cuento “El
perseguidor” de Julio Cortázar seguro vería toda mi vida. La vida de un hombre
que fue feliz y lo sabía, pero que como todos los seres humanos “pasó como los
lirios del campo”. O sea: una nada, una finitud, un eslabón más y muy pequeño,
casi insignificante, en la cadena de la humanidad.
T. M.