El apuesto Gregory Peck. Un
director excepcional como Robert Mulligan. Música de Elmer Bernstein.
Fotografía de Russell Harlan, tan admirado por Howard Hawks. El reparto
artístico y técnico de “Matar a un ruiseñor” estaba llamado a obtener un gran
éxito cuando la película se estrenó en 1962, sólo dos años después de que su
autora, Nelle Harper Lee, publicara su inmortal novela y recibiera por ella el
premio Pulitzer, aunque no volviera a publicar prácticamente nada más, apenas
unos ensayos, ni concediera entrevistas; sólo tres años después de que
acompañara a Truman Capote a un pueblo de Kansas para investigar a fondo la
noticia de un asesinato de un rico agricultor y tres miembros de su familia y
que daría como resultado «A sangre fría» (1966).
Ese episodio en la vida de
ambos amigos sería admirablemente recreado en el film “Capote” (2005), por el
que Philip Seymour Hoffman recibió el Oscar al mejor actor, a su vez acompañado
por Catherine Keener, candidata a mejor actriz de reparto por su interpretación
de una Harper Lee que tenía total complicidad con el escritor. De hecho, Capote
basó uno de sus personajes de su libro “Otras voces, otros ámbitos” en la personalidad
de Lee, y presumía de ser él también inspiración para ella en “Matar a un
ruiseñor”, que reflejaba muy bien el ambiente infantil que ambos vivieron en el
pueblo de Alabama donde crecieron siendo vecinos y que servía de marco al abogado viudo Atticus Finch, dispuesto a defender a un hombre negro acusado injustamente de haber violado a una muchacha blanca.
Aquel Sur, racista y
violento, rural y ultracristiano, sería un tema infinito para numerosos
escritores relevantes del área, como Flannery O’Connor, a la que ponía enferma,
literalmente lo confesó así, el propio Capote, y le irritaba el éxito del libro
y la adaptación cinematográfica tanto de “Lo que el viento se llevó”, de
Margaret Mitchell, como el de “Matar a un ruiseñor”: «Es un magnífico libro
para niños», dijo a un conocido, de modo despectivo, cuando le preguntó sobre
él. Y en cierta manera, tiene razón, en el sentido de que es una lectura casi obligatoria
para los adolescentes americanos, una historia dramática con toques cómicos protagonizados
por niños enfrentándose a los adultos de la que se pueden extraer motivos de
reflexión en torno a la dificultad de los negros, en el tiempo de la Gran
Depresión, ante un racismo institucionalizado.
Publicado en La Razón, 4-II-2015, a propósito de la noticia
"La autora de Matar un ruiseñor publicará nueva novela en julio"