sábado, 14 de febrero de 2015

Naturaleza familiar


Recordar lo que se sabe sin que lo descubran los demás a ras de vida, o hacerlo descubrir bajo el enigma del lenguaje y el misterio de lo que se insinúa, tal vez sea el deseo poético, inconsciente de Pilar Adón; o así puede desprenderse del décimo séptimo poema de esta «Mente animal», su cuarto poemario tras los libros «Con nubes y animales y fantasmas» (2006) y «La hija del cazador» (2011), y los cuadernillos «Alimento» (2001) y «De la mano iremos al bosque» (2010). «He visto algo grandioso e inexplicable / y no por ello he cambiado», dice al comienzo de esa pieza que, como en el resto de páginas, predisponen al lector a enfrentarse a toda pequeña atmósfera literaria llena de percepciones en torno a una naturaleza a la vez vista desde el interior de una casa, desde el interior de una familia, se podría decir, y de una voz que observa y unos ojos que rememoran.

De ahí que el escritor Manuel Longares, que dedica unas palabras a glosar la obra, diga que «“Mente animal” es una vía de adaptación al paisaje, una lúcida confrontación con la evidencia». El cobertizo, los animales, los leños; el abuelo, la granja, sombras de suicidios: la poesía de Adón compone «un cuadro familiar a partir de retazos» (poema décimo de la primera parte, «El mundo hueco»), algo asfixiante y muy críptico, rodeado de pequeños seres vivos que toman el primer plano hasta que el propio espíritu se une al de las bestias salvajes. El sujeto poético, naturalizado sin poder evitarlo, ansía un árbol, una roca; en sus dedos, tiene «el terreno y los frutos». Poesía esta que engarza con «La hija del cazador», en tono y materia, y que palpa un mismo musgo hermético.


Publicado en La Razón, 12-II-2015