miércoles, 6 de mayo de 2015

Entrevista capotiana a Fernando Sánchez Pintado

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Fernando Sánchez Pintado.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Posiblemente ninguno y lo dejaría en manos de mis carceleros. El infierno adquiere muy variadas formas y ésta me parece de las peores. Pero supongamos que el término lugar es lo suficientemente metafórico y puede referirse a una ciudad. En ese caso, elegiría una cuyas dimensiones, habitantes y belleza compensaran un poco el encierro de por vida. Por ejemplo, y por distintas razones, París o Roma. O, tal vez, Madrid que no está a su altura, pero es donde vive la mayoría de mis amigos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Me gustan los animales más próximos al hombre: los perros por su compañía, los gatos por su libertad o los caballos por su belleza. Son los más “humanizados” y siguen siendo ajenos, sin ellos el mundo sería más plano y triste. No obstante, como tengo que elegir, me quedaría con los hombres, a pesar de que muchos de ellos, muchísimos, son más tediosos, vacíos y a menudo peligrosos que los animales.
¿Es usted cruel?
No, no lo soy. Aunque supongo que alguna vez he podido hacer daño sin pretender hacerlo. En todo caso, la crueldad tiene un componente de voluntariedad y goce por el mero hecho de hacer sufrir a otro que me repugna.
¿Tiene muchos amigos?
En el sentido en que se usa actualmente el término amigos, creo que muchos. En otro más restringido, al que se suele añadir un adjetivo (íntimo, por ejemplo), el número es, lógicamente, más reducido, pero aun así también creo que lo bastante amplio para sentirme afortunado.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
En ellos no busco ninguna cualidad, las tienen, es decir, no es nada específico ni diferenciador en sí mismo. Más allá de sus virtudes y defectos, de sus ideas, de su forma de vivir, hemos encontrado “algo” en común que se ha consolidado con el tiempo y por eso somos amigos.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Todas las personas nos decepcionan en algún momento, siempre que pensemos que son seres perfectos que no pueden hacer tal o cual cosa. Pero eso no es real, todos alguna vez hacemos lo que no se “esperaba” de nosotros. Como decía Billy Wilder: nadie es perfecto. Por eso creo que mis amigos no me decepcionan, la amistad permite comprender y aceptar a los amigos y, gracias a ellos, también a los que no lo son. Aunque esto exigiría muchos, muchos matices.
¿Es usted una persona sincera? 
Es muy difícil que alguien responda que no, sería considerarse un mentiroso y quien lo sea encontrará mil razones para creer que eso no es exactamente mentir (desde las mentiras piadosas a las meramente útiles, y hasta las necesarias para sobrevivir), sino formas de relacionarse socialmente. Así pues, para considerarse sincero, primero hay que definir qué es mentir y qué tipo de mentiras son las que nos impedirían decir que somos una persona sincera. Porque en sentido absoluto el hombre, la palabra y la mentira son un continuo. De los únicos que no podemos decir que mienten es de los animales: se pueden agazapar para saltar sobre su presa, pero eso no es mentir. Hechas todas esas salvedades, sí creo ser sincero.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Como, por desgracia, cada vez soy más sedentario, leo, veo películas, oigo música. Y, por suerte, también estoy con los amigos. Cuando puedo, me gusta andar por el monte, lo más lejos posible de todo.
¿Qué le da más miedo?
No tengo miedos concretos, a no ser los de cualquier ser humano: el dolor, la enfermedad… Pero de manera abstracta, tal vez porque prefiero pensar que nunca me van a ocurrir a mí (aunque también he tenido que pasar por ello, claro). Y de una manera más general, sí puedo decir que la deriva actual de nuestra sociedad y los desequilibrios cada vez mayores que se están produciendo y anuncian una forma de relaciones socio-políticas que considero peligrosas.
¿Qué le escandaliza si hay algo que le escandalice?
Escandalizar tiene unas connotaciones cristianas y de mantenimiento del buen orden que no comparto. En ese caso, no me siento escandalizado, porque al fin y al cabo no es el acto mismo lo escandaloso, sino la impresión de quien es proclive a sentirse escandalizado. Hay muchos ejemplos en la historia, y muy reciente, que eran un verdadero escándalo y hoy, afortunadamente, forman parte de nuestra vida. Sin embargo, en otro sentido, claro que hay cosas que además de escandalizarme, me horrorizan y me resulta difícil, y a veces imposible, comprender. Me refiero, de manera genérica, al mal que hacen los hombres, al abuso del poder y al sufrimiento innecesario e injustificable que producen. También hay muchísimos ejemplos de ello todos los días.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
He hecho tantas y tan distintas cosas en mi vida, además de escribir, que creo que ya tengo bastante. No me atrevería a añadir otra más a la lista. Y no es que me conforme, es que las otras que no he hecho, y me puedo imaginar, no me seducen demasiado. Así que prefiero seguir escribiendo.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Poco. Como acabo de decir, algunas veces andar largo rato por la montaña, subir a una cumbre y luego a otra. Cuando estoy arriba y lejos, puedo pensar con más claridad, a veces ayuda a aclarar las ideas cuando estoy escribiendo, y otras, a pensar sólo en las pequeñas cosas, en las que importan de verdad.   
¿Sabe cocinar?
Cocina de supervivencia. No tengo la paciencia que requiere hacer un buen plato y, además, disfrutar haciéndolo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Creo que nunca escribiría nada para el Reader´s Digest, y no por elitismo.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Pues, sencillamente, esperanza.
¿Y la más peligrosa?
Crueldad. Y aún peor cuando va unida a la “razón” y adopta la forma de razón de Estado.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
No. Incluso imaginarlo ya me parece atroz. Quiero decir imaginarlo como un acto personal, que es muy distinto a escribir sobre ello, sea ficción o crónica de sucesos.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Si no busco amparo en cualquier etiqueta, no me es fácil ponerle nombre. En todo caso, conviven una tendencia a la rebelión de raíces anarquistas y otra a la racionalidad que ha representado la socialdemocracia en Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Así que depende de los casos soy a veces una cosa y a veces, otra.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Pues me temo que siempre sería yo, no tengo mucha esperanza en la reencarnación para lavar nuestros pecados. Pongamos, no obstante, que si no se tratara de seres vivos, preferiría ser un aria de Verdi, por ejemplo. Hay tantas perfectas que tendría donde elegir.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Son demasiados y además se suman. Pero, si me atengo a lo que tienen en común: ser excesivo. Lo que los griegos llamaban hibris, creer que los límites están para ser saltados. Eso tiene malas consecuencias y da muy pocas satisfacciones.
¿Y sus virtudes?
En eso estoy peor dotado. A no ser que considere una virtud, la constancia para equivocarme.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
La verdad, es que no sabía que existiera un “esquema clásico” para pensar en el momento en que uno se está ahogando. Se me ocurren algunas cosas, pero tienen que ver más con agotar hasta el último aliento para sobrevivir que con el pensamiento. No, no creo que en esos momentos (reales) se piense, a lo sumo alguna imagen antes de morir. No creo que la vida desfile ante nuestros ojos en esos momentos. Claro, que no soy quién para decirlo, nunca me ha ocurrido.

T. M.