miércoles, 13 de mayo de 2015

Entrevista capotiana a Sandro Luna

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Sandro Luna.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Más que un lugar escogería un momento (o dos, tal vez tres. Y deja de contar). Pero, como la pregunta no es esa, la respuesta es fácil: el lugar en el que vivo. Conozco a las personas y las personas me conocen a mí. Doy los buenos días y los recibo y cuando me siento en la terraza del bar de siempre, sin pedir nada, me sirven café por la mañana, agua con gas por la tarde y cerveza por la noche. ¿Qué más se puede pedir?
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a Dylan (mi compadre Beagle de 4 años, un granuja encantador) a la inmensa mayoría de personas. Aunque hay personas maravillosas, muy parecidas a mi perro, a las que quiero y admiro lo mismo que a él.
¿Es usted cruel?
No. Pero sé que podría ser el tipo más asquerosamente cruel de la faz de la tierra y más allá.
¿Tiene muchos amigos?
Tan sólo los que amo, ellos me tienen a mí de igual manera. Y todos, si sabemos algo del Amor, conocemos también la frecuencia de su paso…
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
De hecho lo mío, en todos los ámbitos, más que buscar es encontrar. Así que imagínese.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Y si alguno, alguna vez, hace algo reprobable con un: “¡Cabroncete!” y un abrazo basta.
¿Es usted una persona sincera? 
Sí.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Me encanta, a partes iguales, estar con mis herederos (Ana, Eva y Dylan, hermanos del alma y de la vida), ir a trastear vinilos por el barrio Gótico de Barcelona, comprar libros, leer, escribir, escuchar música y reír con los amigos. Soy de una sencillez asquerosa.
¿Qué le da más miedo?
Antes me daba miedo yo. Ahora sólo mi hija.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
El que la inmensa mayoría sea incapaz de contemplar la tremenda y constante belleza que nos rodea.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
De hecho dudo mucho que alguien pueda escoger la escritura. La escritura, valga el tópico y el dicho, es algo que sucede y uno ve la gravedad y relevancia de su peso en el hecho mismo de escribir. A mí me cogió, hace muchos años, por las pelotas y sin pedir permiso. Y ahí sigue, agarrándolas. Y, a mí ya me ve,  sin poner resistencia.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
En el Jurásico jugué a fútbol sala. Hace no demasiados años salí un tiempo en bici. En la actualidad salgo esporádicamente a correr, sin despeinarme, claro. Lo que sí suelo hacer con asiduidad es dar buenos y largos paseos con el bueno de Dylan.
¿Sabe cocinar?
Sí, soy bastante bueno y no necesito a nadie que lo corrobore.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi abuela, sin lugar a dudas, por su capacidad para amar incluso en las situaciones más adversas. Y si se trata de alguien conocido… Nina Simone, Jesús de Nazaret o Walt Whitman. Ya le diré, cuando llegue el encargo, el personaje por el que me declino. 
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
A mí mismo infinidad de veces. Alguna vez a Dylan… creo que no me dejo a nadie.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Creo en mí mismo, escucho a los demás y lo que no me deja poso no me importa.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
No creo que pudiera ser otra cosa. Tampoco puedo imaginar aquello que no soy.
¿Cuáles son sus vicios principales?
Creo que si los dijera no serían vicios... Dejémoslo en fumar y escuchar discos de jazz cuando las fieras duermen.
¿Y sus virtudes?
Que hablen los que me conocen.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Me vería a mí mismo, mirando hacia dentro y viéndome exclamar: ¡Que se acabe pronto el aire, Dios mío, ten piedad! O algo así.

T. M.