viernes, 12 de junio de 2015

Entrevista capotiana a Alejandro Bekes


En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Alejandro Bekes.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
A primera vista diría que ese lugar es Madrid. Pero no me gustan las cárceles, por muy bonitas, pobladas y generosas que sean. Si tuviera que elegir un lugar, elegiría algún planeta, probablemente la Tierra, que parece tener un clima soportable.
¿Prefiere los animales a la gente?
Prefiero a la gente, con tal que no ladre.
¿Es usted cruel?
Casi nunca, creo.
¿Tiene muchos amigos?
Tengo muchísimos amigos, casi todos muy lejos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Que vivan lejos... y que tengan de vez en cuando la feliz idea de invitarme a algo. Hablando un poco más en serio, diría que intento no juntarme con resentidos impenitentes. O sea: todos estamos resentidos por algo; lo malo es que no sepamos reconocerlo y que hasta nos regodeemos en ello.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Trato de seguir el consejo de Martín Fierro: “Al que es amigo, jamás / lo dejes en la estacada; / pero no le pidas nada, / ni lo esperes todo de él. / Siempre el amigo más fiel / es una conduta honrada”.
¿Es usted una persona sincera? 
Soy terriblemente insincero, un poco por urbanidad, otro poco por timidez y más que nada por cobardía. Creo que es uno de mis peores defectos. Me gusta llevarme bien con la gente, y eso es incompatible con la sinceridad. Por eso me entusiasmo con las polémicas: si se discute sobre una cuestión “objetiva”, uno puede ahí ser sincero sin mostrarse incivil. Por supuesto, eso me ha ganado enemigos eternos.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Antes solía pasear en bicicleta por la costa del río, mirar el cielo y los pájaros, escuchar el rumor del agua. También leía mucho, sólo por placer. Ahora casi no tengo tiempo libre, de modo que la pregunta ha perdido vigencia.
¿Qué le da más miedo?
La violencia.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza el gobierno que tenemos; pero más me escandalizaba el anterior.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Tocar el piano.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Andar en bicicleta, cuando puedo, o sea, casi nunca.
¿Sabe cocinar?
No, no sé, pero me encanta hacerlo y mis comidas resultan comestibles, al menos para mi familia.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
A mi padre: quería encontrar la clave del universo y dedicó a eso su vida.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
Amor.
¿Y la más peligrosa?
Amor.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Perdí la cuenta de las veces. Sin ir más lejos, anoche habría querido matar al árbitro del partido Boca-River.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Una izquierda moderada, podríamos decir. Pero no en términos muy abstractos como plusvalía o lucha de clases. Me gustaría que toda la gente del mundo pudiera comer tres veces al día y darse una ducha cuando quisiera dársela, que los banqueros marcharan presos por un promedio de 11.560 años, que los políticos fueran a barrer nieve a la Antártida, que en las escuelas se enseñara historia, geografía y literatura, que en los tribunales se impartiera justicia, que los delincuentes construyeran caminos a pico y pala y que los industriales dejaran de envenenar el planeta. Pido demasiado, ya sé.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Me gustaría ser, al menos por un rato, la Kitty de peluche que mi hijita lleva bajo el brazo cuando se va al jardín de infantes.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La desidia, la cobardía, la indecisión, la ira injustificada, jugar al ajedrez contra la computadora, castigarme por no ser mejor persona, escribir sonetos.
¿Y sus virtudes?
Creo ser una persona moderada, salvo cuando dejo de serlo. Al menos una vez de cada cinco puedo admitir (a modo de hipótesis) que los otros tengan razón. Creo haber aprendido, con los años, a reírme un poco de mí mismo; lo cual, objetivamente considerado, no ha de parecer tan difícil. A las personas con quienes convivo, trato de comprenderlas antes de juzgarlas; no siempre lo consigo, es cierto. Me gusta descubrir (como dice Virgilio) las causas de las cosas. Intento hacer bien lo que hago, o no hacerlo. (Quienes me lean, probablemente no coincidan conmigo en este juicio benévolo.)
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Seguramente, no se me pasaría por la cabeza ningún esquema clásico. Tampoco querría morir ahogado. Prefiero un rayo: que Zeus me elija.

T. M.