jueves, 11 de junio de 2015

Padura: el son cubano de un viaje literario

Plaza de Armas, La Habana

En el último libro de Leonardo Padura se encuentra el Leonardo Padura del hoy y  el del ayer. En el prólogo de su edición cubana, del año 1994, Alex Fleites hablaba de «la ficción de sus entrañables personajes, ya sean héroes o canallas, pero tambien barrios populares o ciudades». Se refería a la serie de artículos «El viaje más largo. En busca de una cubanidad extraviada», publicados en el periódico «Juventud Rebelde»; con su fuerte y original costumbrismo, los textos ofrecían al lector la Cuba más legendaria y a ras de tierra, la de la luz y la oralidad vibrante; una visión de la realidad isleña más esencial a partir de la música, la vida en el barrio chino o las historias de fantasmas, que fue recuperada el año pasado por una editorial española.

La referencia al punto de mira de Padura, pegado a la apasionante vulgaridad de la vida, por parte del prologuista, valdría para sus obras más alabadas, las compuestas por la tetralogía «Las cuatro estaciones», con su carismático personaje Mario Conde, un policia melancólico y alcoholizado que hubiera querido escritor. Esa experiencia periodistica, más su ingreso en 1980 en la redacción de «El Caimán Barbudo», publicación de los jóvenes autores cubanos, marcan su mirada, lo llevan a la literatura con tintes políticos tanto como a tramas muy influidas por la novela negra estadounidense que acaban siendo crítica social punzante, como en su excelente «El hombre que amaba a los perros» (2009), sobre Ramón Mercader, el asesino de Trotsky. A tal grado llegan sus creaciones que le llueven los premios de narrativa detectivesca en varios países, de modo que no es una hipérbole calificar a Padura de clásico del género negro. Pero que el lector no se limite a verlo desde esa perspectiva: sus cuentos (lleva seis libros) y sus ensayos, como el que dedica a Alejo Carpentier y lo real maravilloso, está entre lo más interesante de nuestra literatura a ambos lados del océano.

Publicado en La Razón, 11-VI-2015