lunes, 20 de julio de 2015

El Estado ruso contra el doctor Zhivago


El dato de que la novela de Borís Pasternak «Doctor Zhivago», que tan popular se hizo gracias al cine, no se publicara en Rusia hasta 1988, con el cambio histórico que impulsó Gorbachov desde la perestroika, no extrañará a quien conozca cómo se las gastó el Estado soviético, siempre vigilante y colérico frente a los artistas librepensadores. Y es que la literatura y el Poder gubernamental ruso han estado marcados por una relación difícil, cuando no violenta, que en los últimos lustros se ha hecho más conocida a partir de la desclasificación de papeles importantes de la extinta Unión Soviética. Esto posibilitaría que investigadores como Vitali Chentalinski, en «De los archivos literarios del KGB», pudiera constatar la tiranía del gobierno hacia los escritores que no escribían conforme lo estipulado, y explicar que, en Rusia, «la palabra ha sido tan valorada entre nosotros que por ella se ha llegado incluso al asesinato».

Muchos autores se jugaron el pellejo, hasta perder la vida o su labor artística: Mandelshtam desapareció en un campo de concentración; Bábel fue fusilado; Bulgákov, marginado de modo absoluto; Tsvetáyeva y Ajmátova, censuradas y viendo cómo las autoridades se ensañaban con sus parejas e hijos; Platónov, con sus manuscritos confiscados; y Pasternak, viéndose obligado, ante las presiones de Jrushchov, a renunciar al premio Nobel que le habían concedido en 1958, al año siguiente de publicar su novela en Italia. Antes, un par de editoriales moscovitas había rechazado publicar, si no podían retocarla a su antojo, la historia del doctor Yuri Zhivago, ambientada en la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa de 1917 y la posterior Guerra Civil de 1918-1920. Se calcula que, durante el periodo soviético, fueron detenidos unos dos mil escritores, y unos mil quinientos fueron encarcelados o llevados a campos de concentración. En el caso de «El doctor Zhivago», al autor se le acusó, por supuesto, de hablar de los avatares rusos bélicos y sociales con subjetividad y poniendo el énfasis en el padecimiento individual –alejado, pues, del interés colectivo comunista– de un hombre que es apartado de su mujer e hijo al ser designado médico militar en el frente de la Gran Guerra; en suma, la sempiterna historia conflictiva de todo buen escritor enfrentado al discurso único típico de los autoritarismos.

Pasternak quedó muy afectado por esa persecución después de un inicio literario muy exitoso como poeta, y moriría en 1960 apenado y con la espada de Damocles en forma de perpetua amenaza a ser expulsado de la Unión Soviética. Le había costado escribir su novela diez años (de 1945 a 1955), y vería la luz, tras su edición italiana, en casi veinte lenguas diferentes. Por supuesto, la película, rodada en España, multiplicaría hasta el infinito la celebridad de la novela; y es que David Lean consiguió un tesoro estéticamente hablando, con una fotografía espléndida y una banda sonora que obtuvo un éxito de ventas absoluto, obra de Maurice Jarre. Sin embargo, aunque el deseo del productor Carlo Ponti era lograr un producto cinematográfico equivalente a la calidad de la novela, la crítica especializada también señaló el hecho de que la suntuosidad de los paisajes no era suficiente para captar el hondo lirismo de la novela (el texto acaba con una serie de poemas atribuidos a Zhivago) y que, frente a lo paisajístico, los personajes, interpretados por Omar Sharif en su papel de Zhivago, Geraldine Chaplin en el de su esposa y Julie Christie en el de su amante, podían tener una trascendencia secundaria.

Más en concreto, este último personaje, Lara, aparecerá en el film sin la fortaleza y capacidad de resolución que eran evidentes en el texto; asimismo, Lean, al que tanto le agradaba dar un sentido histórico a sus monumentales películas, destacará de forma tal vez demasiado simple e insistente el elemento antibolchevique, lo cual en la etapa de la Guerra Fría no dejaba de ser hasta lógico. En todo caso, un film tan espectacular y legendario hace que posteriores adaptaciones del libro de Pasternak no gocen del aprecio que se merecerían: nos estamos refiriendo a la producción británica para televisión del año 2002, dirigida por Giacomo Campiotti y con Hans Matheson en el papel de Zhivago –aunque por los siglos de los siglos el rostro del personaje sea propiedad del egipcio Sharif; al parecer, Peter O’Toole rechazó interpretarlo, pese al éxito de «Lawrence de Arabia», a las órdenes de Lean– y Keira Knightley en el de Lara. El trabajo de guión, verdaderamente más ajustado a la narración original que el de la película de 1965, llevaba sus cuatro horas de metraje a un nivel de entretenimiento y pasión absorbentes, captando, en verdad, la gran obra de un escritor que, como tantos otros compatriotas, fue atacado y vilipendiado pese a encarnar el formidable aliento novelístico que distingue a la mejor novelística rusa de todos los tiempos.

Publicado en La Razón, 11-VII-2015,
en la muerte de Omar Sharif