lunes, 17 de agosto de 2015

Entrevista capotiana a Miguel Pasquau Liaño

En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Miguel Pasquau Liaño.

Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Es una pregunta trampa. El mejor de los lugares que pudiese imaginar podría convertirse en un infierno según quién estuviese o no estuviese allí. Así que en vez de buscar en un mapa, preguntaría a los míos.
¿Prefiere los animales a la gente?
Sólo los perros, a ratos.
¿Es usted cruel?
Ni siquiera conmigo mismo.
¿Tiene muchos amigos?
Aprendí en la adolescencia a no contarlos. También aprendí que ellos son el más importante patrimonio. Sí, tengo muchos amigos.
¿Qué cualidades busca en sus amigos?
Me bastó siempre que no fueran mezquinos, que fuera fácil la risa y que no me pidieran demasiadas cuentas cuando desaparezco.
¿Suelen decepcionarle sus amigos?
Tiendo a disculparlos. Me resulta más cómodo, y generalmente se acierta. No merece la pena constatar una decepción, aunque supongo que alguna vez no ha habido más remedio que acabar convencido de que no merece la pena evitar el alejamiento.
¿Es usted una persona sincera? 
No demasiado. No me fío de la verdad cruda, y menos aún la que se echa a la cara. No me molestan los juegos de apariencias, siempre que sean motivo para parecerse a quienes queremos a ser, y no una burda pantalla para esconderse.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?
Buscando la eternidad de momentos perdidos y luego intentando apresarlos por escrito.
¿Qué le da más miedo?
Me da miedo el miedo. Más que el daño, el miedo.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
La radical incapacidad para compadecerse, que resulta de la peor mezcla posible: la del egoísmo con el egocentrismo.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?
Es otra pregunta trampa. Yo no he decidido ser escritor. Alguna vez decidí ser héroe, pero no lo he conseguido.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Sí.
¿Sabe cocinar?
Cocinar bien me da envidia y pereza al mismo tiempo.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?
Si fuese para el Reader’s Digest, me inventaría a alguien y procuraría convertirlo en una leyenda.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?
La esperanza, en cualquier idioma, es una larga paciencia. Pero la palabra “paciencia” no da esperanza, sólo le sirve de soporte. Así que déjeme que diga otra: “hallazgo”
¿Y la más peligrosa?
La palabra “todo” y la palabra “siempre”, que casi siempre pronunciamos en vano.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien?
Seguro que no, porque me acordaría. Salvo que las cucarachas y las ratas sean “alguien”, que no lo descarto.
¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Son reactivas. Le tengo fobia a la trampa y a la propaganda, y eso pesa demasiado en mis preferencias. En positivo, creo que debería adscribirme a lo que se viene denominando un capitalismo “amable” (algunos lo llaman socialdemocracia), pero últimamente tengo dudas sobre si es posible (la amabilidad del capital). ¿Se imagina un gobierno presidido por Adam Smith, con Karl Marx como ministro de economía?
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?
Se me ocurre que un recién nacido, para volver a empezar.
¿Cuáles son sus vicios principales?
La dispersión destructiva.
¿Y sus virtudes?
La dispersión constructiva.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?
Si ya no hubiese remedio, quién sabe si alguna de las ilustraciones de los catecismos de la infancia. Si hubiese remedio, una mano salvadora.

T. M.