martes, 20 de octubre de 2015

Daniel Sánchez Arévalo, un cineasta con madera de escritor


En los ochenta, recordarán los cuarentones, un señor de bigote aparecía en un par de programas televisivos de pie, dibujando en una gran lámina blanca. Se llamaba José Ramón Sánchez, tenía un estilo inconfundible, y tan pronto perfilaba un animal con su rotulador negro como hacía aparecer la silueta de Charlot. Aquel dibujante era un tremendo aficionado al cine –en 1979 había hecho una película de dibujos animados y no tardaría en presentar colecciones como «La gran aventura del cine», con más de cien cuadros de películas y actores, y «50 años del cine español»–, y su hijo Daniel seguiría esa afición. Formado en la Universidad de Columbia como estudiante y en la television haciendo guiones para exitosas series de los noventa, no extraña que Sánchez Arévalo guardara una pulsión narrativa después de realizar varios cortometrajes –esa suerte de cuentos audiovisuales– que le habían valido doscientos premios y de ver que su salto al largometraje demostraba una indiscutible calidad textual.

La profundidad psicológica de los personajes de su maravilloso drama «AzulOscuroCasiNegro» (2006), su debut en el largometraje, nos atreveríamos a decir que una de las más valientes, complejas y hermosas películas de toda nuestra cinematografía, indicaba que allí había alguien con gran visión literaria. Pero no menos valiente era «Gordos», para la cual los intérpretes tuvieron que rodar en dos etapas a causa de la necesidad de variar su peso para que la trama pudiera desarrollarse. Y qué decir de esa lección de inteligencia, ingenio y sensibilidad llamada «Primos» –dedicada a su padre, por cierto–, rodada con los que estaban siendo sus actores fetiche –Quim Gutiérrez, Raúl Arévalo y Antonio de la Torre–; una historia felicísima, tierna, desternillante, que celebraba la amistad, la irracionalidad del amor, la ternura, la reconciliación familiar y la sinceridad. Tras todo ello, las expectativas eran altas, y tal vez su último film, «La gran familia española», no estuvo a la altura con su exposición de personajes extravagantes y humor demasiado desinhibido pero que, de todas formas, demostraba que detrás no había sólo un cineasta, sino, también, tanto un guionista ambicioso como un potencial novelista, ya tangible.


Publicado en La Razón, 16-X-2015