En 1947, Raymond Queneau, ese escritor inclasificable que se escondió
tras seudónimos como Sally Mara y fue miembro de grupos de experimentación que
mezclaban literatura y matemáticas, publicaba “Ejercicios de estilo”. El libro
partía de noventa y nueve maneras de recrear un mismo suceso, y se diría que a
eso se consagró el escritor francés, tanto en sus años de éxito profesional
como en sus difíciles inicios; momento en que se cruzó con un valenciano que
tenía ganas de poner por escrito sus memorias como botones del restaurante parisino
Maxim’s, durante más de veinte años, para así reflejar cómo había podido ver de
cerca “a los Grandes de la tierra”, como príncipes o eminentes empresarios. De
la autoría del libro resultante, traducido ahora por Rubén Martín Giráldez, dan
cuenta dos cartas conservadas en la Bibliotèque Nationale Française entre Roman
y Queneau, como se explicita en una nota previa.
“Mes souvenirs de chasseur de chez Maxim’s” es una oportunidad única y
divertidísima de conocer, como dice Matías Néspolo en la introducción, “un
establecimiento gastronómico que ya mucho antes de la Gran Guerra era sinónimo
de elegancia, refinamiento y placeres mundanos sin límites”. Así, siguiendo los
pasos de un Roman que huye de la familia para, en principio, emprender una
aventura americana, vemos que de pura casualidad, mediante un viejo conocido,
acaba en ese local donde se congregan las más ilustres celebridades del mundo
en plena Belle Époque, lo que permite recorrer la intrahistoria europea hasta
1936. Todo a través de mil y una anécdotas sentimentales y sexuales, económicas
y melodramáticas, chistosas y siempre curiosas, con los ojos de un testigo
privilegiado –vestido con el clásico traje azul, con botones de oro, chaleco
rojo y pantalón azul a rayas, como él mismo apunta– que, dichosamente,
traicionó la regla de la discreción que rige en su oficio y nos dejó, con la
pluma de Queneau, asombrosos chismes sin fin.
Publicado
en La Razón, 5-XI-2015