Se decía
Voltaire que qué le importaba la vida colindante si, poniéndose en la piel de
un soldado veinteañero, “los últimos sonidos que llegan a mis oídos son los
gritos de las mujeres y de los niños expirando bajo las ruinas, todo ello por
los pretendidos intereses de un hombre al que no conocemos”. Un modo de ver el
absurdo trágico de la guerra coincidente con este Malaparte inédito en español,
que refleja lo que vio como excepcional corresponsal del frente ruso, durante
los años 1941-1943. “El Volga nace en Europa” (traducción de Juan Manuel
Salmerón) plasma situaciones que ya eran familiares para el autor italiano
(combatiente en la Gran Guerra; corresponsal en Etiopía), con un resultado
periodístico, narrativo y vivencial magnífico.
El porqué del
título se hallará en el prólogo, al querer eliminar Malaparte el prejuicio de
que el bolchevismo era un fenómeno meramente asiático, sino europeo, usando así
la metáfora del río más largo del continente para a la vez erradicar la idea de
que la Segunda Mundial era una guerra de Europa contra Asia: “En 1941 la Europa
alemana combatía contra pueblos europeos, contra ideologías europeas, tanto si
combatía contra Inglaterra y América como si combatía contra la Rusia
soviética”. Un testimonio impresionante de paisajes desolados, bombardeos y,
sobre todo, campamentos de soldados: campesinos, obreros de las fábricas –su
visión es que es la primera vez en la historia bélica en que el espíritu
militar se alía con “la moral obrera”– que encuentran su fin del modo que
hubiera impresionado a Voltaire. Todo lo cual se hace literatura en la novela
corta que acompaña a estas crónicas, “El sol está ciego”, que Malaparte dedica
a las “muertes inútiles” en una Europa en la que, dice, no merecía ni siquiera
la pena morir para demostrar que era inútil morir.
Publicado en La Razón, 5-XI-2015